17 Enero 2020
El medio ambiente como lucha política

El intento de los países de aumentar su poder e influencia ha implicado una búsqueda permanente por conquistar nuevos ámbitos. Así como en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI la influencia se orientó al espacio y a las culturas, hoy vemos que existe un nuevo espacio de disputa política: el clima y sus consecuencias.
No se trata de una película fantástica en que druidas buscan tener el secreto de la lluvia o las tormentas. Es algo mucho más simple y directo: cómo la politización del clima permite fortalecer países e industrias y debilitar a otros, logrando poder.
¿Y qué entendemos por politización del clima? Es cómo el debate gubernamental e internacional comienza a tematizarse en función del clima; es decir, cómo las decisiones vinculantes de asignación de recursos (lo propio de la política) se orientan en su mayoría a lidiar con el cambio climático, buscando aumentar la soberanía, la estabilidad y el dominio sobre otros países.
Si bien el agua o la propiedad de tierras cultivables siempre ha sido un tema de disputa, la politización del clima va más allá de aspectos territoriales locales o nacionales y se enfoca en temas globales: calentamiento global, migraciones, desestabilización de gobiernos, entre otros.
Los catalizadores de la politización del clima
Con la claridad de que el calentamiento global aumenta y eso está llevando al cambio climático, existen dos catalizadores claros de la politización: los grupos sociales organizados que claman por la acción de los gobiernos y, por otro lado, el convencimiento de los gobiernos y organizaciones internacionales de que este cambio es un campo de batalla que debe regularse y en el que deben controlarse a los actores, tal como se hace, por ejemplo, en los mercados financieros.
El primer catalizador ha sido la formación de grupos sociales de diferente influencia y alcance -como Fridays for Future- que han logrado convocar adherentes, generar pauta en los medios y presionar decisiones políticas en sus países y en el mundo. Estos grupos han logrado refrendar el concepto de que el cambio climático es responsabilidad de la política y que esta debe actuar sobre él protegiendo a las personas y regulando a las empresas y las actividades contaminantes.
Y si bien este tipo de grupos es muy diverso y reúne desde ciudadanos conscientes hasta activistas anarquistas, ha logrado crear un relato que permite que organizaciones y colectivos tengan más fuerza y puedan escalar sus reivindicaciones particulares a escalas globales. Ejemplo de estos son los movimientos locales que luchan contra la minería o la industria del gas. Si bien muchas veces las demandas tienen que ver con modos locales de vida, al ser parte de una corriente global se fortalecen y ayudan a presionar por regulaciones a empresas o industrias.
Un interesante ejemplo de esto es justamente el movimiento Flygskam, la vergüenza de volar, que ha sido promovido, entre otros, por Greta Thurnberg y que básicamente busca boicotear los viajes en aviones comerciales por el impacto de la industria en términos globales. Esto ha complicado a las aerolíneas y ha abierto un espacio para que operadores de trenes (que no explican si su electricidad es completamente limpia) promuevan su industria y propongan nuevas regulaciones a sus respectivos estados.
El clima como un campo de batalla
El segundo catalizador de la politización del clima lo podemos encontrar en cómo las fuerzas políticas han tomado el clima como un espacio de disputa y de posicionamiento. A veces aliados a los movimientos sociales, a veces aliados a intereses corporativos y multinacionales, las diferentes fuerzas políticas han incorporado el cambio climático como uno de los ejes gubernamentales.
La estrategia política ha obligado a las fuerzas y partidos políticos a reorganizar su agenda, tanto en función de sus votantes como de los intereses corporativos e institucionales de sectores que son relevantes para las economías y donantes habituales para campañas.
En esta reorganización es clave cómo el clima afecta a sus votantes, quienes no solo están influidos por los movimientos sociales, sino también por sus estilos de vida y de trabajo. Es así, por ejemplo, que las regulaciones a los automóviles son cuestionadas por usuarios que los consideran un derecho, a pesar de que puedan apoyar la lucha contra el cambio climático.
En términos de sectores, los gobiernos son reticentes a establecer controles muy estrictos a ámbitos como la minería, la extracción de petróleo o el uso del agua por la agricultura, considerando que todos ellos son sectores de alta empleabilidad y buenos sueldos.
En ese sentido, la politización es la lucha sobre cómo se distribuirán los costos de la transición climática en los diferentes países y sectores y, por lo mismo, es esperable que las diferentes fuerzas políticas en el mundo repliquen sus miradas en este conflicto.
Mientras los partidos centristas tenderán a buscar regulaciones y transiciones que permitan controlar emisiones y mantener las organizaciones estables, es probable que los populismos de derecha y de izquierda levanten asuntos críticos como soberanía, tradiciones y defensa de los trabajadores para oponerse a regulaciones, especialmente aquellas que sean regionales o globales.