‘DESEABLE MUJER DE TU PRÓJIMO’ DE CLAUDIO ROJAS
Antes de empezar a leer un libro, conviene buscar algunas pistas que orienten la lectura. En esta novela encontramos la primera pista en el epígrafe, que es de uno de los grandes estudiosos de la mitología universal. Joseph Campbell. Dice: “El misterio de la mujer no es un misterio menor que el de la muerte”.
Esto sugiere que en la exacerbada sexualidad del protagonista, el profesor Floris Allagani, podría haber cierto grado de complejidad, que la llevaría un poco más allá del impulso primario de saciar un deseo instintivo. Tal vez lo que persigue este seductor es aproximarse al misterio de la mujer por la vía de la posesión de la mayor cantidad posible de mujeres. Dicen que ese es el deseo secreto de don Juan, que su agotadora acumulación de seducciones es un intento desesperado de conseguir el propósito imposible de comprender, de abarcar esa totalidad indescifrable que es la mujer.
Por la vida del protagonista pasan muchas mujeres “genéricas”. Sus señales de identidad sea laboral o filosófica no le importan para nada a Floris Allagani. En una notable operación de igualitarismo, este profesor las asimila a todas a la condición de amantes. Dice: “…la cama de mi pequeño departamento…presenció un desfile de mujeres escépticas, estoicas, kantianas, marxistas y estructuralistas que venían del alumnado y el profesorado de la facultad. Entre el personal administrativo, recogí secretarias, archiveras y una que otra telefonista. No niego que no deseché visitas de un par de empleadas de la cafetería. A ninguna le prometí una relación estable ni mucho menos matrimonio.”
La ética de este profesor parece restringirse a eso: a no engañar ni engañarse.
En otra parte de la novela dice: “… entre María Clara y yo no se verificó jamás ese período melifluo e imbécil del deslumbramiento inicial y perecedero, estafa a dos carriles que los cretinos confunden con el amor.”
Lo que llaman “enamoramiento” es, en efecto esa “estafa a dos carriles”, ese juego en que él ve en ella a la mujer que quiere ver y ella trata de corresponder a lo que él quiere ver en ella, y viceversa. Pero las ilusiones de ese juego se esfuman y tarde o temprano reaparecen el hombre y la mujer reales, que se detestan el uno al otro.
El profesor Floris Allagani no transa, no cede a la tentación de seducir a las mujeres reactualizando esos melodramas románticos que han pauteado la vida amorosa de la desdichada pareja humana, por lo menos desde el siglo XII, cuando se inventó esa ficción que llamamos amor.
Entre las escenas notables que tiene este libro, hay una que me parece excepcional. El protagonista liga en el metro con una mujer, que se llama Diana. Se bajan en la misma estación, se juntan en un café y todo parece avanzar hacia la consumación del lugar común que tranquilizaría la emocionalidad del lector: el vagabundo sexual termina por fin su camino errático y autodestructor y encuentra en el amor la redención y la plenitud para lo que le queda de vida. Por suerte eso no pasa. Este encuentro es la ruptura total de todos los modelos de citas románticas de la literatura, el melodrama o la canción popular.
La novela muestra el mundo visto por un hombre cínico, honesto, implacable y miserable, pero no más miserable que los otros personajes de su mundo. De hecho, fuera del padre, Hernán Floris, y del comisario Rivas, que busca aclarar un crimen perpetrado por la policía secreta de una dictadura, nadie se salva.
El relato tiene un quiebre interesante: comienza siendo una especie de novela picaresca, en la que el protagonista es un pícaro que recurre a engaños, por ejemplo, para librarse de su esposa. Pero en un momento este tono de comedia deja lugar a un tono trágico. El protagonista tiene la oportunidad de mostrar cierta grandeza moral, pero tampoco acepta el papel del mártir o del héroe. Finalmente, él mismo asesina y arregla todo para que la culpa del asesinato recaiga sobre otra persona.
El narrador escribe esta novela en los últimos días de su vida, está cerca de la muerte y entonces, a partir todo lo que ha vivido concluye en esta reflexión final: “La vida es un acto fallido: todo es fuga, el mañana es realmente inútil; el pasado es tierra de nadie, y las sombras que somos, una vez idas, es cierto que no regresan jamás.”