Las publicaciones y los proyectos de investigación tributan a las Áreas Prioritarias de Desarrollo Académico (APDA) que están definidas por la facultad. Así, la Facultad de Ingeniería ha definido sus áreas prioritarias APDAs en Industrias Sostenibles, Transformación digital y Ciencia de Datos.

A su vez, las líneas de Investigación declaradas para la carrera de Ingeniería Civil Industrial son: Ingeniería de Procesos y Sostenibilidad Industrial e Ingeniería de Investigación Aplicada. Y en la carrera de Ingeniería Civil Informática y Telecomunicaciones son: Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, e  Ingeniería de Investigación Aplicada.

Publicaciones

REFLEXIONES SOBRE EL FILM DE GONZALO JUSTINIANO “B-HAPPY” (2004)

El filme B-Happy de Gonzalo Justiniano, un cineasta que no especula con los sentimientos del espectador y que mucho menos hace concesiones, nos presenta a 3 mujeres chilenas: Kathy, Mercedes y Gladys, desde una perspectiva femenina y dentro de una historia sin truculencias ni rebuscamientos. Utilizando el recurso narrativo del distanciamiento o extrañamiento Gonzalo logra trasmitir la fuerte carga emocional de sus escenas, caracterizadas de recursos proxémicos y de una puesta en cámara a veces cercana al estilo documental, con un tempo-ritmo que nos permite ser testigos de trozos de vida a veces inconexos. Gonzalo nos entrega una obra consecuente con su pensamiento y con su constante búsqueda cinematográfica que podemos considerar en plena madurez. Mediante reiteradas elipsis logra que todo aquello que resulte accesorio a la historia que viven sus personajes, o que pueda distraer al espectador de lo que él quiere verdaderamente comunicar, quede insinuado para que el público, de forma activa participe, reconstruyendo los desfases de la historia. Pero más importante aún para que el público complete el derrotero dramático de Kathy, que es lo que más le interesa.

Kathy Mardovich es uno de los personajes del nuevo cine chileno más sobresalientes de esta época. Representa a una juventud fuerte que ha sido sublimada, no reconocida dentro de la sociedad chilena pero que a través del filme se nos presenta más cercana y verdadera, alejándonos de aquella figura juvenil marginal que la sociedad se ha encargado de acercar a la delincuencia, a la drogadicción, a la irresponsabilidad y a la apatía. Es una niña adolescente de 14 años, como miles, que vive con su madre y hermano mayor en un barrio de clase baja de una zona rural del norte de Chile. Sus lazos familiares son débiles, la ausencia del padre, que ha estado los últimos diez años en la cárcel, es una carga pesada. Kathy no tiene proyecto de vida, no tiene una motivación para esforzarse y crecer; se encuentra en la etapa de la construcción de su identidad, en pleno desarrollo de su base afectiva, en el periodo de su despertar sexual, pero ella no es consciente de ello, vive y sobrevive dentro de su particular marginalidad con su gatito, con su mono de cuerda, con su inocencia. Dentro de este nivel de intriga, donde somos testigos de la orfandad dramática de Kathy, de los peligros que la rodean, y del abuso al que es sometida, se va develando el carácter admirable de una niña que no le tiene miedo a nada.

Kathy -No le tengo miedo a nada: ni a los perros, ni a las gitanas, ni a la noche, ni al viento, ni a los temblores, yo no le tengo miedo a nada. Yo no le tengo miedo a nada: ni a los espíritus, ni a los incendios, ni a los cementerios, ni a las estrellas, yo no le tengo miedo a nada.

El personaje de Kathy lo encarna la talentosa actriz Manuela Martelli, quien sin experiencia previa ni estudios de actuación, impactó a Gonzalo por su fotogenia notable, por su rostro dúctil a veces tierno, a veces frío y duro, otras impávido; también le deslumbró su naturalidad, inteligencia y carácter especial. Por su interpretación del de este personaje Manuela recibió 3 premios a la mejor actuación femenina en el Festival Internacional de Cine de la Habana (2003), en el Festival Internacional de Santo Domingo (2004) y en el Festival de Cine de Bolivia (2004). A partir de este, su primer filme, la carrera actoral de Manuela Martelli ha ido en ascenso y no ha dejado de cautivar a la crítica nacional e internacional en cada uno de los 11 largometrajes que ha protagonizado.

Durante el año 1990, mientras Gonzalo filmaba en un pueblo del norte uno de sus más exitosos filmes, “Caluga y menta”, conoció a una niña de 14 años que trabajaba de mesera quien le contó su sorprendente vida. Había salido de su pueblo, en el sur del país, huyendo de su padre que la violaba. Llevaba dos años viajando de un extremo a otro a través de la larga geografía chilena, se las había arreglado para superar innumerables dificultades para tratar de iniciar una nueva vida. Ese rostro infantil, que había perdido la ternura, le resultó sumamente dramático. Todo lo que le contaba entre el ir y venir para atender a los clientes, demostraba su capacidad de transformar la inmensa adversidad que la rodeaba en un simple obstáculo más por superar. Inspirado en este fortuito, pero remecedor encuentro, Gonzalo comenzó a gestar la idea de este filme y a partir de esta niña creó el personaje de Kathy.

El largometraje de Gonzalo nos permite reflexionar, deducir, imaginarnos, llenar espacios y pensar. La estética, la estructura, el poco diálogo, la poca referencia al pasado de los personajes a sus vidas anteriores, nos enmarca dentro de ese suceder de cosas en un periodo corto. No se juzga a estos personajes, simplemente aceptamos

-porque no podría ser de otra forma- que la vida por ellos llevada no puede redundar en villorrios idílicos o en actos heroicos de nuestros personajes: es, aunque huelgue decirlo, la vida común de un pueblo perdido, cuya gente mayor nada espera ni nada quiere cambiar y cuya juventud se inicia en los prometedores vicios de un mundo más civilizado. Sin embargo, nos es inevitable establecer acercamientos entre ese mundo rural y las entrañas menos afortunadas de la gran ciudad, donde en poblaciones y sectores de clase media baja se suceden diariamente historias de vidas al límite, de mujeres-niñas, que como Kathy, no transitan por la perdición a pesar de la facilidad de vida que prometen ciertas deformaciones sociales… para ellas no hay huidas, aunque sí cierta resignación y pérdida definitiva de una mirada complaciente frente al mundo. Contrariamente a esto nuestro personaje, nuestra niña, parece guardar incólume, detrás del blindaje maestro que significan sus palabras (…yo no le tengo miedo a nada…) su rostro y actitudes, una capacidad de amar que intuimos íntegra hasta el final. Eso se agradece y nos hace querer pensar que todas nuestras otras Kathys maltratadas por la indolencia de la que somos parte, no son diferentes.

En este viaje doloroso, en esta historia de supervivencia, en que encontramos a la mujer presente en muchas facetas, el drama de la sexualidad trastocada, subvertida, utilizada como modo último de sobre vivencia, no deja escapar a Kathy, quien, sin más, obtiene sus beneficios, todo en un cuadro, en una escena no menos distanciada, que nos da cuenta de lo terrible-grandioso de la condición humana al no reparar, este español comerciante, en abusar de las bondades virginales que le son entregadas por esta niña; y de la actitud completamente ajena, psicológicamente muy dura pero quizás sana, de la entrega de ella, “sin dramas”. En este punto, en que la presencia del travesti (Nina, la reina del puerto) y de las “niñas de la noche” se nos antoja casi obligada, encontramos otro momento de humanidad destacable, de esa humanidad que divaga entre la necesidad y el sentido atávico de la sexualidad que nace de vertientes psicológicas más profundas y desconocidas o no asumidas de la naturaleza humana. Por eso el espectador, el “hombre” de la butaca, no se atrevería a cuestionar superficialmente estas escenas que pudieran aparecer como recurridas en la visión habitual que se tiene del puerto de Valparaíso, de su noche, pero que vistas así nos resultan casi un canto catártico y comprensible de mujeres y hombres travestidos que han solucionado de esta manera sus vidas, dentro de este “orden social” hipócrita que las conjura como lacras pero que las usa sin desparpajo.

Más allá de la sexualidad cuestionable del puerto, la iniciación formal de Kathy en este aspecto se inicia antes, en el momento en que ella, por iniciativa propia, se entrega a Chemo en un acto completamente desprendido y natural, que no deja de sorprendernos, pero que se puede entender ya no sólo desde la personalidad de ella, sino también desde el desprejuicio que entrega la convivencia del hacinamiento, de su falta de privacidad, más la ausencia de valores religiosos puritanos. Pero aún más, esta religiosidad presente por su ausencia, como ya hemos dicho, parece obligarnos a cuestionarla desde la óptica de la realidad cruda de los hechos. Así vemos que Kathy, a pesar de su corta edad, es capaz de entregarse, de vivir el momento, de disfrutarlo, sin sentimientos posesivos, sin miedos…

Kathy (a Chemo) -En todo caso no te preocupí, lo único que quiero es un poco de cariño.

Sobrecoge aquí la honestidad de esta niña, su pureza, lo natural de este momento…

Como resultante, después de este “gran paso” nos encontramos con el siguiente texto dicho por el personaje a su compañera de curso quien la interpela sobre su primera experiencia sexual con Chemo:

Kathy – Es medio quedado, pero es cariñoso. Algo que uno elija en la vida…No puedes elegir a tu padre, ni a tu país, por lo menos que elijái a tu primer mino, ¿no?

“Kathy (y así lo afirma Gonzalo) es el mejor ejemplo del instinto de los jóvenes que normalmente no se ven en nuestro cine. Jóvenes más bien anónimos, que no hacen noticia por crímenes, drogas y apariciones en programas de televisión pero que son, en realidad, pequeños héroes por su capacidad para luchar en busca de su derecho de vivir algún día en paz y ser felices”.

Al final del filme, sin el más remoto atisbo de un happy end, Kathy se marcha sin miedos, a enfrentarse a un provenir incierto…

El personaje de Kathy es, en el creciente cine chileno del presente siglo, un rostro iluminado por el sol.

NIHILISMO A LA CHILENA: UNA LECTURA DE “COLONOS”

Título: “Colonos”
Autor: Leonardo Sanhueza
Editorial: Cuneta
Género: Poesía
Año de publicación:2011

Cuando reviso los libros de Leonardo Sanhueza, pienso que desde Cortejo a la llovizna hasta Colonos, su último poemario, se registra una pérdida de fe. Parece que una forma de escepticismo espectral domina ahora su visión poética, el tono y el alcance de su lenguaje. Un desencanto pausado y persistente. En lo estrictamente estético, su fraseo intenso y exuberante dio paso a un discurso más preciso, con mayor brillo intelectual y, al mismo tiempo, más lapidario y amargo.

Es cosa de pensar en los títulos de sus libros: Cortejo a la llovizna, Tres bóvedas, La Ley de Snell, Colonos. Este último es el único que ocupa tan solo una palabra para presentarse. Parco desde la portada, vacío de lirismo. Hasta la sonoridad de la palabra Colonos es árida y cortante como una navaja puesta en la mesa del lector.

La atmósfera del libro es sombría, violenta. Dividido en dos secciones (la primera en prosa), cuenta parte de la historia del belga Gustave Verniory, antes y durante su travesía a América en busca de fortuna. La segunda, escrita bajo la inevitable influencia del Spoon River de Edgar Lee Master, compila las voces de colonos ¿vivos? y muertos en el sur de Chile.

A pesar de la división prosa/verso lo uno como lo otro conviven intercambiando la pulpa. Al leer versos, la fluidez y el ritmo hacen pensar en prosa, y al leer la prosa, las imágenes y sentencias me parecen propias del verso. La mixtura pone el acento en la naturaleza narrativa de todo el libro, pero narrativa en un sentido poético, narrativa en un sentido más antiguo que nosotros, cuando la vida de los hombres era contada y cantada al mismo tiempo, cuando la mirada humana no era altiva ni tampoco despreciaba su lugar en el universo. Pero ese es otro tema. Volvamos.

La primera parte se cierra con esta imagen: «Nadie lo escuchaba. Como tampoco nadie lo veía, a continuación sacó el espejo de mano que solía llevar en un bolsillo de su chaqueta y, después de mirarse en él por última vez, lo limpió con su camisa y lo dejó caer en el mar».

Este cierre me pareció penetrante, profundo y muy emotivo. ¿Quién no ha querido mirarse por última vez en el espejo del pasado, limpiarlo de toda su oscuridad y arrojarlo al mar? Recordé al profeta Miqueas cuando dijo «Volverás a tener compasión de nosotros. /¡Aplastarás nuestros pecados bajo tus pies / y los arrojarás a las profundidades del océano!» (Miq 7, 19 / NTV). Esta escena que retrata a Verniory arrojando su antiguo reflejo al mar instala a “la identidad” como tema. ¿Quién fue y quién será Gustave? Por otra parte, ¿El viaje sin memoria es un largo exilio o un regreso a casa? ¿Es Gustave más parecido a Ulises persiguiendo el hogar perdido o a Moisés buscando la tierra prometida? ¿O tanto Ulises como Moisés buscan lo mismo?

Creo que la expectativa construida en Verniory tiene alcance universal. Y quizá la imposibilidad humana de lanzar el reflejo para perderlo en el agua, se vuelve drásticamente real en la segunda parte del libro: violenta, grotesca y absurda.

El tercer poema de la segunda parte le da voz a una gata que, camusianamente, ve la vida como una peste absurda y carente de propósito. A esta gata no le vienen con el cuento de las siete vidas porque para ella «…sólo una segunda oportunidad / …sería bastante» Para la gata de los Viande todo es «…un comienzo sin progreso ni final, / incluso en los espejos y en los ojos de vidrio, / donde se refleja, inerte, el mundo entero…» y se explica su existencia con la siguiente idea «…estamos muertos porque estamos vivos…» Es impresionante que una gata, símbolo de la inmortalidad, “devuelva” la vida a una miseria que le parece más propia y verosímil.

Esta cosmovisión no es nueva y ha sido el espacio natural de la poesía y otras formas de expresión por décadas. En el poema Daniel Kröll se fortalece este discurso: «…cada mañana recuerdo con los buitres / que asierran la aurora, su sangre, madera del Estado, / y después cuando la tarde ya curca y tullida / cierra sus élitros para que podamos descansar / me envuelve con su bruma la tos de los cuatreros…» Es impresionante el tono chileno de estos versos y la síntesis perfecta de nuestra propensión a la queja y la enfermedad, como hipocondríacos espirituales que, en un día malo, podríamos ver al mismísimo sol y a su esperma, consumidos por la muerte y devorados por aves de carroña.

Me parece, así, que una de las características impresionantes de Colonos es reflejar (como Verniory al comienzo) el nihilismo propio de nuestra época, matizado por una cierta espiritualidad chilena, proclive a la enfermedad y la amargura. De hecho, el último poema (Charles Girardet) clausura cualquier puerta a la esperanza en el retrato de una familia carcomida por la locura y la violencia. ¿Tiene esto algún grado de parentesco con nuestra realidad actual? ¿Muestra en alguna medida el creciente recelo hacia la política y las instituciones nacionales? ¿La falta de fe convertida en una nueva forma de fe tanto chilena como universal?

La voz del último poema es la de un hombre viejo, quebrantado y medio loco, que ve en la soledad la falta total de sentido. Y no deja de inquietar esta imagen en un país que hace noticia (de vez en cuando) por la forma en que trata a sus ancianos.

El libro me parece de gran nivel expresivo, urdido con mucha inteligencia y habitado por imágenes cuya profundidad y riqueza lexical son evidentes. Pero me pregunto si tiene algún sentido que a este lado de la línea de tiempo los poetas solo crean en decesos.

Marcelo Uribe Lamour
Huechuraba, octubre, 2015

Capítulos de Libros

REFLEXIONES SOBRE EL FILM DE GONZALO JUSTINIANO “B-HAPPY” (2004)

El filme B-Happy de Gonzalo Justiniano, un cineasta que no especula con los sentimientos del espectador y que mucho menos hace concesiones, nos presenta a 3 mujeres chilenas: Kathy, Mercedes y Gladys, desde una perspectiva femenina y dentro de una historia sin truculencias ni rebuscamientos. Utilizando el recurso narrativo del distanciamiento o extrañamiento Gonzalo logra trasmitir la fuerte carga emocional de sus escenas, caracterizadas de recursos proxémicos y de una puesta en cámara a veces cercana al estilo documental, con un tempo-ritmo que nos permite ser testigos de trozos de vida a veces inconexos. Gonzalo nos entrega una obra consecuente con su pensamiento y con su constante búsqueda cinematográfica que podemos considerar en plena madurez. Mediante reiteradas elipsis logra que todo aquello que resulte accesorio a la historia que viven sus personajes, o que pueda distraer al espectador de lo que él quiere verdaderamente comunicar, quede insinuado para que el público, de forma activa participe, reconstruyendo los desfases de la historia. Pero más importante aún para que el público complete el derrotero dramático de Kathy, que es lo que más le interesa.

Kathy Mardovich es uno de los personajes del nuevo cine chileno más sobresalientes de esta época. Representa a una juventud fuerte que ha sido sublimada, no reconocida dentro de la sociedad chilena pero que a través del filme se nos presenta más cercana y verdadera, alejándonos de aquella figura juvenil marginal que la sociedad se ha encargado de acercar a la delincuencia, a la drogadicción, a la irresponsabilidad y a la apatía. Es una niña adolescente de 14 años, como miles, que vive con su madre y hermano mayor en un barrio de clase baja de una zona rural del norte de Chile. Sus lazos familiares son débiles, la ausencia del padre, que ha estado los últimos diez años en la cárcel, es una carga pesada. Kathy no tiene proyecto de vida, no tiene una motivación para esforzarse y crecer; se encuentra en la etapa de la construcción de su identidad, en pleno desarrollo de su base afectiva, en el periodo de su despertar sexual, pero ella no es consciente de ello, vive y sobrevive dentro de su particular marginalidad con su gatito, con su mono de cuerda, con su inocencia. Dentro de este nivel de intriga, donde somos testigos de la orfandad dramática de Kathy, de los peligros que la rodean, y del abuso al que es sometida, se va develando el carácter admirable de una niña que no le tiene miedo a nada.

Kathy -No le tengo miedo a nada: ni a los perros, ni a las gitanas, ni a la noche, ni al viento, ni a los temblores, yo no le tengo miedo a nada. Yo no le tengo miedo a nada: ni a los espíritus, ni a los incendios, ni a los cementerios, ni a las estrellas, yo no le tengo miedo a nada.

El personaje de Kathy lo encarna la talentosa actriz Manuela Martelli, quien sin experiencia previa ni estudios de actuación, impactó a Gonzalo por su fotogenia notable, por su rostro dúctil a veces tierno, a veces frío y duro, otras impávido; también le deslumbró su naturalidad, inteligencia y carácter especial. Por su interpretación del de este personaje Manuela recibió 3 premios a la mejor actuación femenina en el Festival Internacional de Cine de la Habana (2003), en el Festival Internacional de Santo Domingo (2004) y en el Festival de Cine de Bolivia (2004). A partir de este, su primer filme, la carrera actoral de Manuela Martelli ha ido en ascenso y no ha dejado de cautivar a la crítica nacional e internacional en cada uno de los 11 largometrajes que ha protagonizado.

Durante el año 1990, mientras Gonzalo filmaba en un pueblo del norte uno de sus más exitosos filmes, “Caluga y menta”, conoció a una niña de 14 años que trabajaba de mesera quien le contó su sorprendente vida. Había salido de su pueblo, en el sur del país, huyendo de su padre que la violaba. Llevaba dos años viajando de un extremo a otro a través de la larga geografía chilena, se las había arreglado para superar innumerables dificultades para tratar de iniciar una nueva vida. Ese rostro infantil, que había perdido la ternura, le resultó sumamente dramático. Todo lo que le contaba entre el ir y venir para atender a los clientes, demostraba su capacidad de transformar la inmensa adversidad que la rodeaba en un simple obstáculo más por superar. Inspirado en este fortuito, pero remecedor encuentro, Gonzalo comenzó a gestar la idea de este filme y a partir de esta niña creó el personaje de Kathy.

El largometraje de Gonzalo nos permite reflexionar, deducir, imaginarnos, llenar espacios y pensar. La estética, la estructura, el poco diálogo, la poca referencia al pasado de los personajes a sus vidas anteriores, nos enmarca dentro de ese suceder de cosas en un periodo corto. No se juzga a estos personajes, simplemente aceptamos

-porque no podría ser de otra forma- que la vida por ellos llevada no puede redundar en villorrios idílicos o en actos heroicos de nuestros personajes: es, aunque huelgue decirlo, la vida común de un pueblo perdido, cuya gente mayor nada espera ni nada quiere cambiar y cuya juventud se inicia en los prometedores vicios de un mundo más civilizado. Sin embargo, nos es inevitable establecer acercamientos entre ese mundo rural y las entrañas menos afortunadas de la gran ciudad, donde en poblaciones y sectores de clase media baja se suceden diariamente historias de vidas al límite, de mujeres-niñas, que como Kathy, no transitan por la perdición a pesar de la facilidad de vida que prometen ciertas deformaciones sociales… para ellas no hay huidas, aunque sí cierta resignación y pérdida definitiva de una mirada complaciente frente al mundo. Contrariamente a esto nuestro personaje, nuestra niña, parece guardar incólume, detrás del blindaje maestro que significan sus palabras (…yo no le tengo miedo a nada…) su rostro y actitudes, una capacidad de amar que intuimos íntegra hasta el final. Eso se agradece y nos hace querer pensar que todas nuestras otras Kathys maltratadas por la indolencia de la que somos parte, no son diferentes.

En este viaje doloroso, en esta historia de supervivencia, en que encontramos a la mujer presente en muchas facetas, el drama de la sexualidad trastocada, subvertida, utilizada como modo último de sobre vivencia, no deja escapar a Kathy, quien, sin más, obtiene sus beneficios, todo en un cuadro, en una escena no menos distanciada, que nos da cuenta de lo terrible-grandioso de la condición humana al no reparar, este español comerciante, en abusar de las bondades virginales que le son entregadas por esta niña; y de la actitud completamente ajena, psicológicamente muy dura pero quizás sana, de la entrega de ella, “sin dramas”. En este punto, en que la presencia del travesti (Nina, la reina del puerto) y de las “niñas de la noche” se nos antoja casi obligada, encontramos otro momento de humanidad destacable, de esa humanidad que divaga entre la necesidad y el sentido atávico de la sexualidad que nace de vertientes psicológicas más profundas y desconocidas o no asumidas de la naturaleza humana. Por eso el espectador, el “hombre” de la butaca, no se atrevería a cuestionar superficialmente estas escenas que pudieran aparecer como recurridas en la visión habitual que se tiene del puerto de Valparaíso, de su noche, pero que vistas así nos resultan casi un canto catártico y comprensible de mujeres y hombres travestidos que han solucionado de esta manera sus vidas, dentro de este “orden social” hipócrita que las conjura como lacras pero que las usa sin desparpajo.

Más allá de la sexualidad cuestionable del puerto, la iniciación formal de Kathy en este aspecto se inicia antes, en el momento en que ella, por iniciativa propia, se entrega a Chemo en un acto completamente desprendido y natural, que no deja de sorprendernos, pero que se puede entender ya no sólo desde la personalidad de ella, sino también desde el desprejuicio que entrega la convivencia del hacinamiento, de su falta de privacidad, más la ausencia de valores religiosos puritanos. Pero aún más, esta religiosidad presente por su ausencia, como ya hemos dicho, parece obligarnos a cuestionarla desde la óptica de la realidad cruda de los hechos. Así vemos que Kathy, a pesar de su corta edad, es capaz de entregarse, de vivir el momento, de disfrutarlo, sin sentimientos posesivos, sin miedos…

Kathy (a Chemo) -En todo caso no te preocupí, lo único que quiero es un poco de cariño.

Sobrecoge aquí la honestidad de esta niña, su pureza, lo natural de este momento…

Como resultante, después de este “gran paso” nos encontramos con el siguiente texto dicho por el personaje a su compañera de curso quien la interpela sobre su primera experiencia sexual con Chemo:

Kathy – Es medio quedado, pero es cariñoso. Algo que uno elija en la vida…No puedes elegir a tu padre, ni a tu país, por lo menos que elijái a tu primer mino, ¿no?

“Kathy (y así lo afirma Gonzalo) es el mejor ejemplo del instinto de los jóvenes que normalmente no se ven en nuestro cine. Jóvenes más bien anónimos, que no hacen noticia por crímenes, drogas y apariciones en programas de televisión pero que son, en realidad, pequeños héroes por su capacidad para luchar en busca de su derecho de vivir algún día en paz y ser felices”.

Al final del filme, sin el más remoto atisbo de un happy end, Kathy se marcha sin miedos, a enfrentarse a un provenir incierto…

El personaje de Kathy es, en el creciente cine chileno del presente siglo, un rostro iluminado por el sol.

NIHILISMO A LA CHILENA: UNA LECTURA DE “COLONOS”

Título: “Colonos”
Autor: Leonardo Sanhueza
Editorial: Cuneta
Género: Poesía
Año de publicación:2011

Cuando reviso los libros de Leonardo Sanhueza, pienso que desde Cortejo a la llovizna hasta Colonos, su último poemario, se registra una pérdida de fe. Parece que una forma de escepticismo espectral domina ahora su visión poética, el tono y el alcance de su lenguaje. Un desencanto pausado y persistente. En lo estrictamente estético, su fraseo intenso y exuberante dio paso a un discurso más preciso, con mayor brillo intelectual y, al mismo tiempo, más lapidario y amargo.

Es cosa de pensar en los títulos de sus libros: Cortejo a la llovizna, Tres bóvedas, La Ley de Snell, Colonos. Este último es el único que ocupa tan solo una palabra para presentarse. Parco desde la portada, vacío de lirismo. Hasta la sonoridad de la palabra Colonos es árida y cortante como una navaja puesta en la mesa del lector.

La atmósfera del libro es sombría, violenta. Dividido en dos secciones (la primera en prosa), cuenta parte de la historia del belga Gustave Verniory, antes y durante su travesía a América en busca de fortuna. La segunda, escrita bajo la inevitable influencia del Spoon River de Edgar Lee Master, compila las voces de colonos ¿vivos? y muertos en el sur de Chile.

A pesar de la división prosa/verso lo uno como lo otro conviven intercambiando la pulpa. Al leer versos, la fluidez y el ritmo hacen pensar en prosa, y al leer la prosa, las imágenes y sentencias me parecen propias del verso. La mixtura pone el acento en la naturaleza narrativa de todo el libro, pero narrativa en un sentido poético, narrativa en un sentido más antiguo que nosotros, cuando la vida de los hombres era contada y cantada al mismo tiempo, cuando la mirada humana no era altiva ni tampoco despreciaba su lugar en el universo. Pero ese es otro tema. Volvamos.

La primera parte se cierra con esta imagen: «Nadie lo escuchaba. Como tampoco nadie lo veía, a continuación sacó el espejo de mano que solía llevar en un bolsillo de su chaqueta y, después de mirarse en él por última vez, lo limpió con su camisa y lo dejó caer en el mar».

Este cierre me pareció penetrante, profundo y muy emotivo. ¿Quién no ha querido mirarse por última vez en el espejo del pasado, limpiarlo de toda su oscuridad y arrojarlo al mar? Recordé al profeta Miqueas cuando dijo «Volverás a tener compasión de nosotros. /¡Aplastarás nuestros pecados bajo tus pies / y los arrojarás a las profundidades del océano!» (Miq 7, 19 / NTV). Esta escena que retrata a Verniory arrojando su antiguo reflejo al mar instala a “la identidad” como tema. ¿Quién fue y quién será Gustave? Por otra parte, ¿El viaje sin memoria es un largo exilio o un regreso a casa? ¿Es Gustave más parecido a Ulises persiguiendo el hogar perdido o a Moisés buscando la tierra prometida? ¿O tanto Ulises como Moisés buscan lo mismo?

Creo que la expectativa construida en Verniory tiene alcance universal. Y quizá la imposibilidad humana de lanzar el reflejo para perderlo en el agua, se vuelve drásticamente real en la segunda parte del libro: violenta, grotesca y absurda.

El tercer poema de la segunda parte le da voz a una gata que, camusianamente, ve la vida como una peste absurda y carente de propósito. A esta gata no le vienen con el cuento de las siete vidas porque para ella «…sólo una segunda oportunidad / …sería bastante» Para la gata de los Viande todo es «…un comienzo sin progreso ni final, / incluso en los espejos y en los ojos de vidrio, / donde se refleja, inerte, el mundo entero…» y se explica su existencia con la siguiente idea «…estamos muertos porque estamos vivos…» Es impresionante que una gata, símbolo de la inmortalidad, “devuelva” la vida a una miseria que le parece más propia y verosímil.

Esta cosmovisión no es nueva y ha sido el espacio natural de la poesía y otras formas de expresión por décadas. En el poema Daniel Kröll se fortalece este discurso: «…cada mañana recuerdo con los buitres / que asierran la aurora, su sangre, madera del Estado, / y después cuando la tarde ya curca y tullida / cierra sus élitros para que podamos descansar / me envuelve con su bruma la tos de los cuatreros…» Es impresionante el tono chileno de estos versos y la síntesis perfecta de nuestra propensión a la queja y la enfermedad, como hipocondríacos espirituales que, en un día malo, podríamos ver al mismísimo sol y a su esperma, consumidos por la muerte y devorados por aves de carroña.

Me parece, así, que una de las características impresionantes de Colonos es reflejar (como Verniory al comienzo) el nihilismo propio de nuestra época, matizado por una cierta espiritualidad chilena, proclive a la enfermedad y la amargura. De hecho, el último poema (Charles Girardet) clausura cualquier puerta a la esperanza en el retrato de una familia carcomida por la locura y la violencia. ¿Tiene esto algún grado de parentesco con nuestra realidad actual? ¿Muestra en alguna medida el creciente recelo hacia la política y las instituciones nacionales? ¿La falta de fe convertida en una nueva forma de fe tanto chilena como universal?

La voz del último poema es la de un hombre viejo, quebrantado y medio loco, que ve en la soledad la falta total de sentido. Y no deja de inquietar esta imagen en un país que hace noticia (de vez en cuando) por la forma en que trata a sus ancianos.

El libro me parece de gran nivel expresivo, urdido con mucha inteligencia y habitado por imágenes cuya profundidad y riqueza lexical son evidentes. Pero me pregunto si tiene algún sentido que a este lado de la línea de tiempo los poetas solo crean en decesos.

Marcelo Uribe Lamour
Huechuraba, octubre, 2015

Artículos

REFLEXIONES SOBRE EL FILM DE GONZALO JUSTINIANO “B-HAPPY” (2004)

El filme B-Happy de Gonzalo Justiniano, un cineasta que no especula con los sentimientos del espectador y que mucho menos hace concesiones, nos presenta a 3 mujeres chilenas: Kathy, Mercedes y Gladys, desde una perspectiva femenina y dentro de una historia sin truculencias ni rebuscamientos. Utilizando el recurso narrativo del distanciamiento o extrañamiento Gonzalo logra trasmitir la fuerte carga emocional de sus escenas, caracterizadas de recursos proxémicos y de una puesta en cámara a veces cercana al estilo documental, con un tempo-ritmo que nos permite ser testigos de trozos de vida a veces inconexos. Gonzalo nos entrega una obra consecuente con su pensamiento y con su constante búsqueda cinematográfica que podemos considerar en plena madurez. Mediante reiteradas elipsis logra que todo aquello que resulte accesorio a la historia que viven sus personajes, o que pueda distraer al espectador de lo que él quiere verdaderamente comunicar, quede insinuado para que el público, de forma activa participe, reconstruyendo los desfases de la historia. Pero más importante aún para que el público complete el derrotero dramático de Kathy, que es lo que más le interesa.

Kathy Mardovich es uno de los personajes del nuevo cine chileno más sobresalientes de esta época. Representa a una juventud fuerte que ha sido sublimada, no reconocida dentro de la sociedad chilena pero que a través del filme se nos presenta más cercana y verdadera, alejándonos de aquella figura juvenil marginal que la sociedad se ha encargado de acercar a la delincuencia, a la drogadicción, a la irresponsabilidad y a la apatía. Es una niña adolescente de 14 años, como miles, que vive con su madre y hermano mayor en un barrio de clase baja de una zona rural del norte de Chile. Sus lazos familiares son débiles, la ausencia del padre, que ha estado los últimos diez años en la cárcel, es una carga pesada. Kathy no tiene proyecto de vida, no tiene una motivación para esforzarse y crecer; se encuentra en la etapa de la construcción de su identidad, en pleno desarrollo de su base afectiva, en el periodo de su despertar sexual, pero ella no es consciente de ello, vive y sobrevive dentro de su particular marginalidad con su gatito, con su mono de cuerda, con su inocencia. Dentro de este nivel de intriga, donde somos testigos de la orfandad dramática de Kathy, de los peligros que la rodean, y del abuso al que es sometida, se va develando el carácter admirable de una niña que no le tiene miedo a nada.

Kathy -No le tengo miedo a nada: ni a los perros, ni a las gitanas, ni a la noche, ni al viento, ni a los temblores, yo no le tengo miedo a nada. Yo no le tengo miedo a nada: ni a los espíritus, ni a los incendios, ni a los cementerios, ni a las estrellas, yo no le tengo miedo a nada.

El personaje de Kathy lo encarna la talentosa actriz Manuela Martelli, quien sin experiencia previa ni estudios de actuación, impactó a Gonzalo por su fotogenia notable, por su rostro dúctil a veces tierno, a veces frío y duro, otras impávido; también le deslumbró su naturalidad, inteligencia y carácter especial. Por su interpretación del de este personaje Manuela recibió 3 premios a la mejor actuación femenina en el Festival Internacional de Cine de la Habana (2003), en el Festival Internacional de Santo Domingo (2004) y en el Festival de Cine de Bolivia (2004). A partir de este, su primer filme, la carrera actoral de Manuela Martelli ha ido en ascenso y no ha dejado de cautivar a la crítica nacional e internacional en cada uno de los 11 largometrajes que ha protagonizado.

Durante el año 1990, mientras Gonzalo filmaba en un pueblo del norte uno de sus más exitosos filmes, “Caluga y menta”, conoció a una niña de 14 años que trabajaba de mesera quien le contó su sorprendente vida. Había salido de su pueblo, en el sur del país, huyendo de su padre que la violaba. Llevaba dos años viajando de un extremo a otro a través de la larga geografía chilena, se las había arreglado para superar innumerables dificultades para tratar de iniciar una nueva vida. Ese rostro infantil, que había perdido la ternura, le resultó sumamente dramático. Todo lo que le contaba entre el ir y venir para atender a los clientes, demostraba su capacidad de transformar la inmensa adversidad que la rodeaba en un simple obstáculo más por superar. Inspirado en este fortuito, pero remecedor encuentro, Gonzalo comenzó a gestar la idea de este filme y a partir de esta niña creó el personaje de Kathy.

El largometraje de Gonzalo nos permite reflexionar, deducir, imaginarnos, llenar espacios y pensar. La estética, la estructura, el poco diálogo, la poca referencia al pasado de los personajes a sus vidas anteriores, nos enmarca dentro de ese suceder de cosas en un periodo corto. No se juzga a estos personajes, simplemente aceptamos

-porque no podría ser de otra forma- que la vida por ellos llevada no puede redundar en villorrios idílicos o en actos heroicos de nuestros personajes: es, aunque huelgue decirlo, la vida común de un pueblo perdido, cuya gente mayor nada espera ni nada quiere cambiar y cuya juventud se inicia en los prometedores vicios de un mundo más civilizado. Sin embargo, nos es inevitable establecer acercamientos entre ese mundo rural y las entrañas menos afortunadas de la gran ciudad, donde en poblaciones y sectores de clase media baja se suceden diariamente historias de vidas al límite, de mujeres-niñas, que como Kathy, no transitan por la perdición a pesar de la facilidad de vida que prometen ciertas deformaciones sociales… para ellas no hay huidas, aunque sí cierta resignación y pérdida definitiva de una mirada complaciente frente al mundo. Contrariamente a esto nuestro personaje, nuestra niña, parece guardar incólume, detrás del blindaje maestro que significan sus palabras (…yo no le tengo miedo a nada…) su rostro y actitudes, una capacidad de amar que intuimos íntegra hasta el final. Eso se agradece y nos hace querer pensar que todas nuestras otras Kathys maltratadas por la indolencia de la que somos parte, no son diferentes.

En este viaje doloroso, en esta historia de supervivencia, en que encontramos a la mujer presente en muchas facetas, el drama de la sexualidad trastocada, subvertida, utilizada como modo último de sobre vivencia, no deja escapar a Kathy, quien, sin más, obtiene sus beneficios, todo en un cuadro, en una escena no menos distanciada, que nos da cuenta de lo terrible-grandioso de la condición humana al no reparar, este español comerciante, en abusar de las bondades virginales que le son entregadas por esta niña; y de la actitud completamente ajena, psicológicamente muy dura pero quizás sana, de la entrega de ella, “sin dramas”. En este punto, en que la presencia del travesti (Nina, la reina del puerto) y de las “niñas de la noche” se nos antoja casi obligada, encontramos otro momento de humanidad destacable, de esa humanidad que divaga entre la necesidad y el sentido atávico de la sexualidad que nace de vertientes psicológicas más profundas y desconocidas o no asumidas de la naturaleza humana. Por eso el espectador, el “hombre” de la butaca, no se atrevería a cuestionar superficialmente estas escenas que pudieran aparecer como recurridas en la visión habitual que se tiene del puerto de Valparaíso, de su noche, pero que vistas así nos resultan casi un canto catártico y comprensible de mujeres y hombres travestidos que han solucionado de esta manera sus vidas, dentro de este “orden social” hipócrita que las conjura como lacras pero que las usa sin desparpajo.

Más allá de la sexualidad cuestionable del puerto, la iniciación formal de Kathy en este aspecto se inicia antes, en el momento en que ella, por iniciativa propia, se entrega a Chemo en un acto completamente desprendido y natural, que no deja de sorprendernos, pero que se puede entender ya no sólo desde la personalidad de ella, sino también desde el desprejuicio que entrega la convivencia del hacinamiento, de su falta de privacidad, más la ausencia de valores religiosos puritanos. Pero aún más, esta religiosidad presente por su ausencia, como ya hemos dicho, parece obligarnos a cuestionarla desde la óptica de la realidad cruda de los hechos. Así vemos que Kathy, a pesar de su corta edad, es capaz de entregarse, de vivir el momento, de disfrutarlo, sin sentimientos posesivos, sin miedos…

Kathy (a Chemo) -En todo caso no te preocupí, lo único que quiero es un poco de cariño.

Sobrecoge aquí la honestidad de esta niña, su pureza, lo natural de este momento…

Como resultante, después de este “gran paso” nos encontramos con el siguiente texto dicho por el personaje a su compañera de curso quien la interpela sobre su primera experiencia sexual con Chemo:

Kathy – Es medio quedado, pero es cariñoso. Algo que uno elija en la vida…No puedes elegir a tu padre, ni a tu país, por lo menos que elijái a tu primer mino, ¿no?

“Kathy (y así lo afirma Gonzalo) es el mejor ejemplo del instinto de los jóvenes que normalmente no se ven en nuestro cine. Jóvenes más bien anónimos, que no hacen noticia por crímenes, drogas y apariciones en programas de televisión pero que son, en realidad, pequeños héroes por su capacidad para luchar en busca de su derecho de vivir algún día en paz y ser felices”.

Al final del filme, sin el más remoto atisbo de un happy end, Kathy se marcha sin miedos, a enfrentarse a un provenir incierto…

El personaje de Kathy es, en el creciente cine chileno del presente siglo, un rostro iluminado por el sol.

NIHILISMO A LA CHILENA: UNA LECTURA DE “COLONOS”

Título: “Colonos”
Autor: Leonardo Sanhueza
Editorial: Cuneta
Género: Poesía
Año de publicación:2011

Cuando reviso los libros de Leonardo Sanhueza, pienso que desde Cortejo a la llovizna hasta Colonos, su último poemario, se registra una pérdida de fe. Parece que una forma de escepticismo espectral domina ahora su visión poética, el tono y el alcance de su lenguaje. Un desencanto pausado y persistente. En lo estrictamente estético, su fraseo intenso y exuberante dio paso a un discurso más preciso, con mayor brillo intelectual y, al mismo tiempo, más lapidario y amargo.

Es cosa de pensar en los títulos de sus libros: Cortejo a la llovizna, Tres bóvedas, La Ley de Snell, Colonos. Este último es el único que ocupa tan solo una palabra para presentarse. Parco desde la portada, vacío de lirismo. Hasta la sonoridad de la palabra Colonos es árida y cortante como una navaja puesta en la mesa del lector.

La atmósfera del libro es sombría, violenta. Dividido en dos secciones (la primera en prosa), cuenta parte de la historia del belga Gustave Verniory, antes y durante su travesía a América en busca de fortuna. La segunda, escrita bajo la inevitable influencia del Spoon River de Edgar Lee Master, compila las voces de colonos ¿vivos? y muertos en el sur de Chile.

A pesar de la división prosa/verso lo uno como lo otro conviven intercambiando la pulpa. Al leer versos, la fluidez y el ritmo hacen pensar en prosa, y al leer la prosa, las imágenes y sentencias me parecen propias del verso. La mixtura pone el acento en la naturaleza narrativa de todo el libro, pero narrativa en un sentido poético, narrativa en un sentido más antiguo que nosotros, cuando la vida de los hombres era contada y cantada al mismo tiempo, cuando la mirada humana no era altiva ni tampoco despreciaba su lugar en el universo. Pero ese es otro tema. Volvamos.

La primera parte se cierra con esta imagen: «Nadie lo escuchaba. Como tampoco nadie lo veía, a continuación sacó el espejo de mano que solía llevar en un bolsillo de su chaqueta y, después de mirarse en él por última vez, lo limpió con su camisa y lo dejó caer en el mar».

Este cierre me pareció penetrante, profundo y muy emotivo. ¿Quién no ha querido mirarse por última vez en el espejo del pasado, limpiarlo de toda su oscuridad y arrojarlo al mar? Recordé al profeta Miqueas cuando dijo «Volverás a tener compasión de nosotros. /¡Aplastarás nuestros pecados bajo tus pies / y los arrojarás a las profundidades del océano!» (Miq 7, 19 / NTV). Esta escena que retrata a Verniory arrojando su antiguo reflejo al mar instala a “la identidad” como tema. ¿Quién fue y quién será Gustave? Por otra parte, ¿El viaje sin memoria es un largo exilio o un regreso a casa? ¿Es Gustave más parecido a Ulises persiguiendo el hogar perdido o a Moisés buscando la tierra prometida? ¿O tanto Ulises como Moisés buscan lo mismo?

Creo que la expectativa construida en Verniory tiene alcance universal. Y quizá la imposibilidad humana de lanzar el reflejo para perderlo en el agua, se vuelve drásticamente real en la segunda parte del libro: violenta, grotesca y absurda.

El tercer poema de la segunda parte le da voz a una gata que, camusianamente, ve la vida como una peste absurda y carente de propósito. A esta gata no le vienen con el cuento de las siete vidas porque para ella «…sólo una segunda oportunidad / …sería bastante» Para la gata de los Viande todo es «…un comienzo sin progreso ni final, / incluso en los espejos y en los ojos de vidrio, / donde se refleja, inerte, el mundo entero…» y se explica su existencia con la siguiente idea «…estamos muertos porque estamos vivos…» Es impresionante que una gata, símbolo de la inmortalidad, “devuelva” la vida a una miseria que le parece más propia y verosímil.

Esta cosmovisión no es nueva y ha sido el espacio natural de la poesía y otras formas de expresión por décadas. En el poema Daniel Kröll se fortalece este discurso: «…cada mañana recuerdo con los buitres / que asierran la aurora, su sangre, madera del Estado, / y después cuando la tarde ya curca y tullida / cierra sus élitros para que podamos descansar / me envuelve con su bruma la tos de los cuatreros…» Es impresionante el tono chileno de estos versos y la síntesis perfecta de nuestra propensión a la queja y la enfermedad, como hipocondríacos espirituales que, en un día malo, podríamos ver al mismísimo sol y a su esperma, consumidos por la muerte y devorados por aves de carroña.

Me parece, así, que una de las características impresionantes de Colonos es reflejar (como Verniory al comienzo) el nihilismo propio de nuestra época, matizado por una cierta espiritualidad chilena, proclive a la enfermedad y la amargura. De hecho, el último poema (Charles Girardet) clausura cualquier puerta a la esperanza en el retrato de una familia carcomida por la locura y la violencia. ¿Tiene esto algún grado de parentesco con nuestra realidad actual? ¿Muestra en alguna medida el creciente recelo hacia la política y las instituciones nacionales? ¿La falta de fe convertida en una nueva forma de fe tanto chilena como universal?

La voz del último poema es la de un hombre viejo, quebrantado y medio loco, que ve en la soledad la falta total de sentido. Y no deja de inquietar esta imagen en un país que hace noticia (de vez en cuando) por la forma en que trata a sus ancianos.

El libro me parece de gran nivel expresivo, urdido con mucha inteligencia y habitado por imágenes cuya profundidad y riqueza lexical son evidentes. Pero me pregunto si tiene algún sentido que a este lado de la línea de tiempo los poetas solo crean en decesos.

Marcelo Uribe Lamour
Huechuraba, octubre, 2015

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