Las publicaciones y los proyectos de investigación tributan a las Áreas Prioritarias de Desarrollo Académico (APDA) que están definidas por la facultad. Así, la Facultad de Ingeniería ha definido sus áreas prioritarias APDAs en Industrias Sostenibles, Transformación digital y Ciencia de Datos.
A su vez, las líneas de Investigación declaradas para la carrera de Ingeniería Civil Industrial son: Ingeniería de Procesos y Sostenibilidad Industrial e Ingeniería de Investigación Aplicada. Y en la carrera de Ingeniería Civil Informática y Telecomunicaciones son: Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, e Ingeniería de Investigación Aplicada.
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‘NOCTURNA’ DE GUILLERMO MONDACA
Que Guillermo Mondaca es un poeta joven y este es su primer libro podría ser un dato irrelevante, pero en este caso no, dado que nos hallamos frente a un discurso insospechado e inusual para un poeta de su edad, de su tiempo y de su ethos lírico: me explico, cuando Guillermo me invitó a presentar su libro, pensé encontrarme con una poética al uso por decirlo de alguna manera: post, urbana, transgresora con sus predecesores, partícipe de esa suerte de retórica que puede llegar a abrumar hasta el cansancio del nuevo poeta entramado, como el mismo material de la urbe, cemento en tanto piel, lumínicos en tanto pupilas, simulacro en tanto cuerpo, por la saturación de las imágenes, de lo evanescente, de la virtualidad, del universo saturado de información, de la web, etc., etc., es decir un poeta que se sumaría al dictum de Marschal Berman que nos dice y repite que “todo lo sólido se disuelve en el aire”.
Pero en Nocturna (título bastante inusual además en nuestros jóvenes post) nada está en aquel estado de disolución posmo, sino todo lo contrario. O aparentemente. Todo poemario lúcido o que se precie de tal, que participe del decir de nuestro tiempo, está lleno de celadas. Y yo puedo estar cayendo en las celadas (que no me cabe duda que las tiene) del libro de Guillermo. Un poemario que parece intentar alejarse de la retórica urbana y posmoderna, del dolorido sentir de la simulación y el asfalto (o su simulación) indudablemente se nos hace, de muchas maneras “sospechoso”. Y me gusta internarme en un libro pletórico de sospechas por su textualidad, o mejor, por el espesor de su textualidad, por la diapasón de imágenes que provienen de otra escena textual que no lo emparenta con su generación, donde la urbe y su orbe fragmentario, quebrado, tribal, no tiene, aparentemente, lugar.
Por decirlo directamente: es como si Guillermo quisiera, volitivamente, alejarse de esas escenas discursivas y mirar el mundo desde otro locus lírico; ¿Cuál? El del discurso que se allega a poetas y poéticas al parecer ya “superadas” (digo, al parecer y entre comillas) donde el discurso en toda su opacidad, el texto en sus más complejos entramados, la imagen como centro del logos, la metáfora como procedimiento irrecusable, es lo primordial, en tanto, insisto en el término, su espesor textual nos coloca ante un poemario cuya exégesis exige retomar ciertas lecturas, ciertos decires, que ya se habían clausurado para la joven poesía, en tanto una escena literaria donde nos hallamos bajo la superficie del texto, donde la revelación y cierta metafísica, todavía nos quieren hablar desde su espacio opaco y logocéntrico: un Anguita, un Gonzalo Rojas, y, me atrevo a decirlo, al Neruda tan poco revisitado de las Residencias –guardando, claro ciertas distancias- a un Lorca del Romancero Gitano, y hasta en un decir Withmaniano, entre otros célebres referentes. Es decir, un poeta que asume todos los riesgos posibles de sus lecturas y sus vaciados en su propia lírica.
El poemario se puede o quiere que se lea como una suerte de viaje cósmico, de entrada en la materia, la materia que constituye al mundo incluso antes de la ciudad ya cifrada por Baudelaire y posteriormente por las vanguardias , post vanguardias y neovanguardias. (Desde Vallejo a Lihn, desde Parra a Maquieira y hoy por hoy, Carrasco o Figueroa). No hay, como decía, referencias ni angustias posmo, rocanroleras, tribales. Tenemos a un sujeto que nos habla de su génesis cosmogónica y su devenir cosmológico, y esta génesis, insisto, está situada en la materia del mundo, entendiendo por materia aquellos elementos fenomenológicos que hallamos en la lectura de la literatura a través de la fenomenología de un Gastón Bachelard: un psicoanálisis del fuego, del agua, del aire y sus sueños, de la tierra como elemento matriz, y sus relaciones con el hombre y su danzar con el Mundo. Guillermo se interna en la materia bachelerianamente, indagando en el permanente abrazo de los elementos en una estética trascendente, pero siempre hic et nunc, sin olvidar que en el centro y en los vórtices de la materia hay un sujeto que la padece y la goza a la vez: allí radica su eros y su tánatos, su sentimiento de vida y de muerte, su erotismo y su padecimiento.
Por eso retomo la idea planteada más arriba: de espaldas al asfalto y a la virtualidad, el sujeto de Nocturna retorna a la materialidad primordial, sin olvidar que está en desventaja con el mundo, como en toda poesía que se precie de tal: “No puedes cantar con los dientes rotos, mordiéndote la boca”, afirma.
Su permanente apelación a la materia:
“Somos el humo que abrazando su propósito de fuego quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene la piel de la imagen arrancada, la palabra que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz, nos sostiene”,
escenifica el conflicto lírico en un constante abrazo de los elementos, en una erótica inmanente/trascendente que se resuelve –o lo intenta- en su discursividad más bien opaca y espesa. Una discursividad que permanentemente apela a la visualidad de las imágenes, pero, como decía, una visualidad que echa raíces en una matriz arraigada en lo material del Mundo, a una suerte de árbol de la vida (pienso en Humberto Maturana y su concepción de una autopoiesis planteada ya desde su El árbol del conocimiento)
Entrada en la materia y entrada en el tiempo, Nocturna, sin dejar de sufrir los estertores del poeta moderno, trata de dar un paso más allá –riesgo o celada o trampa- emprender otra épica que, siguiendo una posible lectura de Saint John Perse, Rosamel del Valle, Anguita, o los giros del Canto Cósmico del último Ernesto Cardenal, encuentre “la rompiente aún lisa sus manos que hilan la arena en orillas que terminan hacia el aire, mientras desgaja la cadena que sostiene la cerrada mandíbula del mar.”
‘LA PARTE INVENTADA’ DE RODRIGO FRESÁN
Título: La parte inventada
Autor: Rodrigo Fresán
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2014
Páginas: 576
Es difícil circunscribir La parte inventada de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) solo como una novela. En ella hay mucho de diario personal, de ensayo, de crónica y de crítica cultural pero, ante todo, es un gran ejemplo de cómo se teje una historia, una clase magistral de creación y desarrollo de personajes. En efecto, la alternancia de puntos de vista construye un relato que gira en torno a El escritor, reconstruyendo su vida y las circunstancia que se vinculan con él, incluso tangencialmente. En su historia se descubre la mirada hacia quien, casi de manera infantil, opta por dedicarse a escribir en un tiempo donde la literatura está en crisis y, por lo cual, la única salida pareciera ser desaparecer, abandonar un panorama donde todo lo que parece importar es lo inmediato e intrascendente.
Por otro lado, es una expedición a cómo funciona la mente de un escritor, la manera en que la ficción permeabiliza su biografía y transforma su pasado. Es recurrente la reflexión sobre el proceso de escritura como vehículo de creación de la obra como de constitución del personaje (o figura) del escritor. Además, plantea deja planteada la interrogante sobre el punto en que la historia termina o si acaso en realidad es tomada por otro, recreada, asimilada e incorporada a la continuidad de otra existencia o de otra obra. En este sentido, la historia del joven que realiza un documental sobre el escritor y su desaparición es un claro ejemplo del trasvasije de la experiencia del autor en el lector.
Otro aspecto destacable es la discusión sobre la construcción de la obra literaria, el uso del lenguaje y de recursos de significación. Además, el autor juega con la estructura convencional de la novela, desconcertando al lector con inicios que no son tales o tramas que no concluyen y quedan sumergidas en la ambigüedad. Además, la referencia a distintos movimientos artísticos y productos culturales del siglo XX manifiestan que la obra absorbe lecturas o referentes del ámbito literario, sino que de todos los elementos que remuevan la sensibilidad del autor. De esta forma es posible admirar la literatura del siglo XIX e instaurarla como un canon y, al mismo tiempo, señalar anécdotas provenientes de la música de Pink Floyd o Bob Dylan como constitutivas de la formación del escritor, recurso de la obra y material el acerbo del lector.
En síntesis, la novela de Fresán es una obra potente, muy bien estructurada, que demuestra una escritura madura y reflexiva sobre los vínculos de la obra artística y la vida de quienes se involucran con ella, desde la creación del novelista hasta la recreación del lector.
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‘NOCTURNA’ DE GUILLERMO MONDACA
Que Guillermo Mondaca es un poeta joven y este es su primer libro podría ser un dato irrelevante, pero en este caso no, dado que nos hallamos frente a un discurso insospechado e inusual para un poeta de su edad, de su tiempo y de su ethos lírico: me explico, cuando Guillermo me invitó a presentar su libro, pensé encontrarme con una poética al uso por decirlo de alguna manera: post, urbana, transgresora con sus predecesores, partícipe de esa suerte de retórica que puede llegar a abrumar hasta el cansancio del nuevo poeta entramado, como el mismo material de la urbe, cemento en tanto piel, lumínicos en tanto pupilas, simulacro en tanto cuerpo, por la saturación de las imágenes, de lo evanescente, de la virtualidad, del universo saturado de información, de la web, etc., etc., es decir un poeta que se sumaría al dictum de Marschal Berman que nos dice y repite que “todo lo sólido se disuelve en el aire”.
Pero en Nocturna (título bastante inusual además en nuestros jóvenes post) nada está en aquel estado de disolución posmo, sino todo lo contrario. O aparentemente. Todo poemario lúcido o que se precie de tal, que participe del decir de nuestro tiempo, está lleno de celadas. Y yo puedo estar cayendo en las celadas (que no me cabe duda que las tiene) del libro de Guillermo. Un poemario que parece intentar alejarse de la retórica urbana y posmoderna, del dolorido sentir de la simulación y el asfalto (o su simulación) indudablemente se nos hace, de muchas maneras “sospechoso”. Y me gusta internarme en un libro pletórico de sospechas por su textualidad, o mejor, por el espesor de su textualidad, por la diapasón de imágenes que provienen de otra escena textual que no lo emparenta con su generación, donde la urbe y su orbe fragmentario, quebrado, tribal, no tiene, aparentemente, lugar.
Por decirlo directamente: es como si Guillermo quisiera, volitivamente, alejarse de esas escenas discursivas y mirar el mundo desde otro locus lírico; ¿Cuál? El del discurso que se allega a poetas y poéticas al parecer ya “superadas” (digo, al parecer y entre comillas) donde el discurso en toda su opacidad, el texto en sus más complejos entramados, la imagen como centro del logos, la metáfora como procedimiento irrecusable, es lo primordial, en tanto, insisto en el término, su espesor textual nos coloca ante un poemario cuya exégesis exige retomar ciertas lecturas, ciertos decires, que ya se habían clausurado para la joven poesía, en tanto una escena literaria donde nos hallamos bajo la superficie del texto, donde la revelación y cierta metafísica, todavía nos quieren hablar desde su espacio opaco y logocéntrico: un Anguita, un Gonzalo Rojas, y, me atrevo a decirlo, al Neruda tan poco revisitado de las Residencias –guardando, claro ciertas distancias- a un Lorca del Romancero Gitano, y hasta en un decir Withmaniano, entre otros célebres referentes. Es decir, un poeta que asume todos los riesgos posibles de sus lecturas y sus vaciados en su propia lírica.
El poemario se puede o quiere que se lea como una suerte de viaje cósmico, de entrada en la materia, la materia que constituye al mundo incluso antes de la ciudad ya cifrada por Baudelaire y posteriormente por las vanguardias , post vanguardias y neovanguardias. (Desde Vallejo a Lihn, desde Parra a Maquieira y hoy por hoy, Carrasco o Figueroa). No hay, como decía, referencias ni angustias posmo, rocanroleras, tribales. Tenemos a un sujeto que nos habla de su génesis cosmogónica y su devenir cosmológico, y esta génesis, insisto, está situada en la materia del mundo, entendiendo por materia aquellos elementos fenomenológicos que hallamos en la lectura de la literatura a través de la fenomenología de un Gastón Bachelard: un psicoanálisis del fuego, del agua, del aire y sus sueños, de la tierra como elemento matriz, y sus relaciones con el hombre y su danzar con el Mundo. Guillermo se interna en la materia bachelerianamente, indagando en el permanente abrazo de los elementos en una estética trascendente, pero siempre hic et nunc, sin olvidar que en el centro y en los vórtices de la materia hay un sujeto que la padece y la goza a la vez: allí radica su eros y su tánatos, su sentimiento de vida y de muerte, su erotismo y su padecimiento.
Por eso retomo la idea planteada más arriba: de espaldas al asfalto y a la virtualidad, el sujeto de Nocturna retorna a la materialidad primordial, sin olvidar que está en desventaja con el mundo, como en toda poesía que se precie de tal: “No puedes cantar con los dientes rotos, mordiéndote la boca”, afirma.
Su permanente apelación a la materia:
“Somos el humo que abrazando su propósito de fuego quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene la piel de la imagen arrancada, la palabra que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz, nos sostiene”,
escenifica el conflicto lírico en un constante abrazo de los elementos, en una erótica inmanente/trascendente que se resuelve –o lo intenta- en su discursividad más bien opaca y espesa. Una discursividad que permanentemente apela a la visualidad de las imágenes, pero, como decía, una visualidad que echa raíces en una matriz arraigada en lo material del Mundo, a una suerte de árbol de la vida (pienso en Humberto Maturana y su concepción de una autopoiesis planteada ya desde su El árbol del conocimiento)
Entrada en la materia y entrada en el tiempo, Nocturna, sin dejar de sufrir los estertores del poeta moderno, trata de dar un paso más allá –riesgo o celada o trampa- emprender otra épica que, siguiendo una posible lectura de Saint John Perse, Rosamel del Valle, Anguita, o los giros del Canto Cósmico del último Ernesto Cardenal, encuentre “la rompiente aún lisa sus manos que hilan la arena en orillas que terminan hacia el aire, mientras desgaja la cadena que sostiene la cerrada mandíbula del mar.”
‘LA PARTE INVENTADA’ DE RODRIGO FRESÁN
Título: La parte inventada
Autor: Rodrigo Fresán
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2014
Páginas: 576
Es difícil circunscribir La parte inventada de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) solo como una novela. En ella hay mucho de diario personal, de ensayo, de crónica y de crítica cultural pero, ante todo, es un gran ejemplo de cómo se teje una historia, una clase magistral de creación y desarrollo de personajes. En efecto, la alternancia de puntos de vista construye un relato que gira en torno a El escritor, reconstruyendo su vida y las circunstancia que se vinculan con él, incluso tangencialmente. En su historia se descubre la mirada hacia quien, casi de manera infantil, opta por dedicarse a escribir en un tiempo donde la literatura está en crisis y, por lo cual, la única salida pareciera ser desaparecer, abandonar un panorama donde todo lo que parece importar es lo inmediato e intrascendente.
Por otro lado, es una expedición a cómo funciona la mente de un escritor, la manera en que la ficción permeabiliza su biografía y transforma su pasado. Es recurrente la reflexión sobre el proceso de escritura como vehículo de creación de la obra como de constitución del personaje (o figura) del escritor. Además, plantea deja planteada la interrogante sobre el punto en que la historia termina o si acaso en realidad es tomada por otro, recreada, asimilada e incorporada a la continuidad de otra existencia o de otra obra. En este sentido, la historia del joven que realiza un documental sobre el escritor y su desaparición es un claro ejemplo del trasvasije de la experiencia del autor en el lector.
Otro aspecto destacable es la discusión sobre la construcción de la obra literaria, el uso del lenguaje y de recursos de significación. Además, el autor juega con la estructura convencional de la novela, desconcertando al lector con inicios que no son tales o tramas que no concluyen y quedan sumergidas en la ambigüedad. Además, la referencia a distintos movimientos artísticos y productos culturales del siglo XX manifiestan que la obra absorbe lecturas o referentes del ámbito literario, sino que de todos los elementos que remuevan la sensibilidad del autor. De esta forma es posible admirar la literatura del siglo XIX e instaurarla como un canon y, al mismo tiempo, señalar anécdotas provenientes de la música de Pink Floyd o Bob Dylan como constitutivas de la formación del escritor, recurso de la obra y material el acerbo del lector.
En síntesis, la novela de Fresán es una obra potente, muy bien estructurada, que demuestra una escritura madura y reflexiva sobre los vínculos de la obra artística y la vida de quienes se involucran con ella, desde la creación del novelista hasta la recreación del lector.
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‘NOCTURNA’ DE GUILLERMO MONDACA
Que Guillermo Mondaca es un poeta joven y este es su primer libro podría ser un dato irrelevante, pero en este caso no, dado que nos hallamos frente a un discurso insospechado e inusual para un poeta de su edad, de su tiempo y de su ethos lírico: me explico, cuando Guillermo me invitó a presentar su libro, pensé encontrarme con una poética al uso por decirlo de alguna manera: post, urbana, transgresora con sus predecesores, partícipe de esa suerte de retórica que puede llegar a abrumar hasta el cansancio del nuevo poeta entramado, como el mismo material de la urbe, cemento en tanto piel, lumínicos en tanto pupilas, simulacro en tanto cuerpo, por la saturación de las imágenes, de lo evanescente, de la virtualidad, del universo saturado de información, de la web, etc., etc., es decir un poeta que se sumaría al dictum de Marschal Berman que nos dice y repite que “todo lo sólido se disuelve en el aire”.
Pero en Nocturna (título bastante inusual además en nuestros jóvenes post) nada está en aquel estado de disolución posmo, sino todo lo contrario. O aparentemente. Todo poemario lúcido o que se precie de tal, que participe del decir de nuestro tiempo, está lleno de celadas. Y yo puedo estar cayendo en las celadas (que no me cabe duda que las tiene) del libro de Guillermo. Un poemario que parece intentar alejarse de la retórica urbana y posmoderna, del dolorido sentir de la simulación y el asfalto (o su simulación) indudablemente se nos hace, de muchas maneras “sospechoso”. Y me gusta internarme en un libro pletórico de sospechas por su textualidad, o mejor, por el espesor de su textualidad, por la diapasón de imágenes que provienen de otra escena textual que no lo emparenta con su generación, donde la urbe y su orbe fragmentario, quebrado, tribal, no tiene, aparentemente, lugar.
Por decirlo directamente: es como si Guillermo quisiera, volitivamente, alejarse de esas escenas discursivas y mirar el mundo desde otro locus lírico; ¿Cuál? El del discurso que se allega a poetas y poéticas al parecer ya “superadas” (digo, al parecer y entre comillas) donde el discurso en toda su opacidad, el texto en sus más complejos entramados, la imagen como centro del logos, la metáfora como procedimiento irrecusable, es lo primordial, en tanto, insisto en el término, su espesor textual nos coloca ante un poemario cuya exégesis exige retomar ciertas lecturas, ciertos decires, que ya se habían clausurado para la joven poesía, en tanto una escena literaria donde nos hallamos bajo la superficie del texto, donde la revelación y cierta metafísica, todavía nos quieren hablar desde su espacio opaco y logocéntrico: un Anguita, un Gonzalo Rojas, y, me atrevo a decirlo, al Neruda tan poco revisitado de las Residencias –guardando, claro ciertas distancias- a un Lorca del Romancero Gitano, y hasta en un decir Withmaniano, entre otros célebres referentes. Es decir, un poeta que asume todos los riesgos posibles de sus lecturas y sus vaciados en su propia lírica.
El poemario se puede o quiere que se lea como una suerte de viaje cósmico, de entrada en la materia, la materia que constituye al mundo incluso antes de la ciudad ya cifrada por Baudelaire y posteriormente por las vanguardias , post vanguardias y neovanguardias. (Desde Vallejo a Lihn, desde Parra a Maquieira y hoy por hoy, Carrasco o Figueroa). No hay, como decía, referencias ni angustias posmo, rocanroleras, tribales. Tenemos a un sujeto que nos habla de su génesis cosmogónica y su devenir cosmológico, y esta génesis, insisto, está situada en la materia del mundo, entendiendo por materia aquellos elementos fenomenológicos que hallamos en la lectura de la literatura a través de la fenomenología de un Gastón Bachelard: un psicoanálisis del fuego, del agua, del aire y sus sueños, de la tierra como elemento matriz, y sus relaciones con el hombre y su danzar con el Mundo. Guillermo se interna en la materia bachelerianamente, indagando en el permanente abrazo de los elementos en una estética trascendente, pero siempre hic et nunc, sin olvidar que en el centro y en los vórtices de la materia hay un sujeto que la padece y la goza a la vez: allí radica su eros y su tánatos, su sentimiento de vida y de muerte, su erotismo y su padecimiento.
Por eso retomo la idea planteada más arriba: de espaldas al asfalto y a la virtualidad, el sujeto de Nocturna retorna a la materialidad primordial, sin olvidar que está en desventaja con el mundo, como en toda poesía que se precie de tal: “No puedes cantar con los dientes rotos, mordiéndote la boca”, afirma.
Su permanente apelación a la materia:
“Somos el humo que abrazando su propósito de fuego quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene la piel de la imagen arrancada, la palabra que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz, nos sostiene”,
escenifica el conflicto lírico en un constante abrazo de los elementos, en una erótica inmanente/trascendente que se resuelve –o lo intenta- en su discursividad más bien opaca y espesa. Una discursividad que permanentemente apela a la visualidad de las imágenes, pero, como decía, una visualidad que echa raíces en una matriz arraigada en lo material del Mundo, a una suerte de árbol de la vida (pienso en Humberto Maturana y su concepción de una autopoiesis planteada ya desde su El árbol del conocimiento)
Entrada en la materia y entrada en el tiempo, Nocturna, sin dejar de sufrir los estertores del poeta moderno, trata de dar un paso más allá –riesgo o celada o trampa- emprender otra épica que, siguiendo una posible lectura de Saint John Perse, Rosamel del Valle, Anguita, o los giros del Canto Cósmico del último Ernesto Cardenal, encuentre “la rompiente aún lisa sus manos que hilan la arena en orillas que terminan hacia el aire, mientras desgaja la cadena que sostiene la cerrada mandíbula del mar.”
‘LA PARTE INVENTADA’ DE RODRIGO FRESÁN
Título: La parte inventada
Autor: Rodrigo Fresán
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2014
Páginas: 576
Es difícil circunscribir La parte inventada de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) solo como una novela. En ella hay mucho de diario personal, de ensayo, de crónica y de crítica cultural pero, ante todo, es un gran ejemplo de cómo se teje una historia, una clase magistral de creación y desarrollo de personajes. En efecto, la alternancia de puntos de vista construye un relato que gira en torno a El escritor, reconstruyendo su vida y las circunstancia que se vinculan con él, incluso tangencialmente. En su historia se descubre la mirada hacia quien, casi de manera infantil, opta por dedicarse a escribir en un tiempo donde la literatura está en crisis y, por lo cual, la única salida pareciera ser desaparecer, abandonar un panorama donde todo lo que parece importar es lo inmediato e intrascendente.
Por otro lado, es una expedición a cómo funciona la mente de un escritor, la manera en que la ficción permeabiliza su biografía y transforma su pasado. Es recurrente la reflexión sobre el proceso de escritura como vehículo de creación de la obra como de constitución del personaje (o figura) del escritor. Además, plantea deja planteada la interrogante sobre el punto en que la historia termina o si acaso en realidad es tomada por otro, recreada, asimilada e incorporada a la continuidad de otra existencia o de otra obra. En este sentido, la historia del joven que realiza un documental sobre el escritor y su desaparición es un claro ejemplo del trasvasije de la experiencia del autor en el lector.
Otro aspecto destacable es la discusión sobre la construcción de la obra literaria, el uso del lenguaje y de recursos de significación. Además, el autor juega con la estructura convencional de la novela, desconcertando al lector con inicios que no son tales o tramas que no concluyen y quedan sumergidas en la ambigüedad. Además, la referencia a distintos movimientos artísticos y productos culturales del siglo XX manifiestan que la obra absorbe lecturas o referentes del ámbito literario, sino que de todos los elementos que remuevan la sensibilidad del autor. De esta forma es posible admirar la literatura del siglo XIX e instaurarla como un canon y, al mismo tiempo, señalar anécdotas provenientes de la música de Pink Floyd o Bob Dylan como constitutivas de la formación del escritor, recurso de la obra y material el acerbo del lector.
En síntesis, la novela de Fresán es una obra potente, muy bien estructurada, que demuestra una escritura madura y reflexiva sobre los vínculos de la obra artística y la vida de quienes se involucran con ella, desde la creación del novelista hasta la recreación del lector.