Las publicaciones y los proyectos de investigación tributan a las Áreas Prioritarias de Desarrollo Académico (APDA) que están definidas por la facultad. Así, la Facultad de Ingeniería ha definido sus áreas prioritarias APDAs en Industrias Sostenibles, Transformación digital y Ciencia de Datos.
A su vez, las líneas de Investigación declaradas para la carrera de Ingeniería Civil Industrial son: Ingeniería de Procesos y Sostenibilidad Industrial e Ingeniería de Investigación Aplicada. Y en la carrera de Ingeniería Civil Informática y Telecomunicaciones son: Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, e Ingeniería de Investigación Aplicada.
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‘DESEABLE MUJER DE TU PRÓJIMO’ DE CLAUDIO ROJAS
Antes de empezar a leer un libro, conviene buscar algunas pistas que orienten la lectura. En esta novela encontramos la primera pista en el epígrafe, que es de uno de los grandes estudiosos de la mitología universal. Joseph Campbell. Dice: “El misterio de la mujer no es un misterio menor que el de la muerte”.
Esto sugiere que en la exacerbada sexualidad del protagonista, el profesor Floris Allagani, podría haber cierto grado de complejidad, que la llevaría un poco más allá del impulso primario de saciar un deseo instintivo. Tal vez lo que persigue este seductor es aproximarse al misterio de la mujer por la vía de la posesión de la mayor cantidad posible de mujeres. Dicen que ese es el deseo secreto de don Juan, que su agotadora acumulación de seducciones es un intento desesperado de conseguir el propósito imposible de comprender, de abarcar esa totalidad indescifrable que es la mujer.
Por la vida del protagonista pasan muchas mujeres “genéricas”. Sus señales de identidad sea laboral o filosófica no le importan para nada a Floris Allagani. En una notable operación de igualitarismo, este profesor las asimila a todas a la condición de amantes. Dice: “…la cama de mi pequeño departamento…presenció un desfile de mujeres escépticas, estoicas, kantianas, marxistas y estructuralistas que venían del alumnado y el profesorado de la facultad. Entre el personal administrativo, recogí secretarias, archiveras y una que otra telefonista. No niego que no deseché visitas de un par de empleadas de la cafetería. A ninguna le prometí una relación estable ni mucho menos matrimonio.”
La ética de este profesor parece restringirse a eso: a no engañar ni engañarse.
En otra parte de la novela dice: “… entre María Clara y yo no se verificó jamás ese período melifluo e imbécil del deslumbramiento inicial y perecedero, estafa a dos carriles que los cretinos confunden con el amor.”
Lo que llaman “enamoramiento” es, en efecto esa “estafa a dos carriles”, ese juego en que él ve en ella a la mujer que quiere ver y ella trata de corresponder a lo que él quiere ver en ella, y viceversa. Pero las ilusiones de ese juego se esfuman y tarde o temprano reaparecen el hombre y la mujer reales, que se detestan el uno al otro.
El profesor Floris Allagani no transa, no cede a la tentación de seducir a las mujeres reactualizando esos melodramas románticos que han pauteado la vida amorosa de la desdichada pareja humana, por lo menos desde el siglo XII, cuando se inventó esa ficción que llamamos amor.
Entre las escenas notables que tiene este libro, hay una que me parece excepcional. El protagonista liga en el metro con una mujer, que se llama Diana. Se bajan en la misma estación, se juntan en un café y todo parece avanzar hacia la consumación del lugar común que tranquilizaría la emocionalidad del lector: el vagabundo sexual termina por fin su camino errático y autodestructor y encuentra en el amor la redención y la plenitud para lo que le queda de vida. Por suerte eso no pasa. Este encuentro es la ruptura total de todos los modelos de citas románticas de la literatura, el melodrama o la canción popular.
La novela muestra el mundo visto por un hombre cínico, honesto, implacable y miserable, pero no más miserable que los otros personajes de su mundo. De hecho, fuera del padre, Hernán Floris, y del comisario Rivas, que busca aclarar un crimen perpetrado por la policía secreta de una dictadura, nadie se salva.
El relato tiene un quiebre interesante: comienza siendo una especie de novela picaresca, en la que el protagonista es un pícaro que recurre a engaños, por ejemplo, para librarse de su esposa. Pero en un momento este tono de comedia deja lugar a un tono trágico. El protagonista tiene la oportunidad de mostrar cierta grandeza moral, pero tampoco acepta el papel del mártir o del héroe. Finalmente, él mismo asesina y arregla todo para que la culpa del asesinato recaiga sobre otra persona.
El narrador escribe esta novela en los últimos días de su vida, está cerca de la muerte y entonces, a partir todo lo que ha vivido concluye en esta reflexión final: “La vida es un acto fallido: todo es fuga, el mañana es realmente inútil; el pasado es tierra de nadie, y las sombras que somos, una vez idas, es cierto que no regresan jamás.”
‘EL RÍO’ DE ALFREDO GÓMEZ MORALES
UN CLÁSICO DE LA MISERIA: CONMOVEDOR TESTIMONIO NOVELADO
A treinta años de la muerte de Alfredo Gómez Morel (1917-1984), esta nueva edición de El Río es su mejor manera de recordarlo ya que, desde su inicial publicación en 1962, ha sido objeto de múltiples miradas críticas en función tanto del mundo narrado y de quien vivió en cierta forma muchas de las experiencias relatadas. A manera de ejemplo, para Alberto Fuguet “El Río, en este sentido, es populismo literario al mejor nivel. Excesiva y ruidosa, coprolálica y espuria, hermana bastarda de Hijo de ladrón, la novela de Gómez Morel es quizás la más cruda expresión de aprendizaje moral jamás escrita en Chile”.
Novela publicada por primera vez a comienzos de los años sesenta. Son páginas nacidas en una celda, con un fuerte carácter autobiográfico. Toda una revelación. Lo anterior, a su vez, queda de manifiesto en la crónica “Por qué me convertí en delincuente”, añadida al final de la novela y publicada originalmente en la revista Paula en 1971, donde se cruzan ficción y realidad (intertextualidad entre la novela y la crónica). Así, se materializan, a través del relato, sentimientos encontrados, tanto desde la perspectiva del escritor como del lector. A su vez, son de esos textos que no dejan a nadie indiferente. El propio narrador señala: “Tengo cuarenta y seis años de edad. Me levanto de mi mesa de trabajo. Estoy cansado y desgarrado por dentro: cada vez que escribo, vuelvo a sentir lo vivido como una navaja rasgándome las carnes. Muestro mis recuerdos hasta quedar sangrando por dentro”.
Estos recuerdos se remontan a su infancia y adolescencia, principalmente, en donde quedan retratadas en forma muy vívida las dificultosas relaciones, sobre todo con su madre; las peripecias en el reformatorio; los duros momentos en la cárcel y, más que nada, la sobrevivencia en el “mundo del río”, con su inherente marginalidad que da lugar a una manifiesta dialéctica entre los habitantes de ese espacio, con sus leyes y códigos propios, y los de la ciudad. Pero, a pesar de los continuos tropiezos, para el protagonista ese mundo le “atraía como atrae todo lo prohibido y singular”, ya que “cuando divisé el río sentí una clara impresión de libertad”.
A pesar de su temática y de sus “pústulas y dolores” (en palabras de Pablo Neruda), es difícil sustraerse del encanto de esta narración. Hay transparencia y verdad en cada una de sus páginas. Hay dolores y continuos signos de rebeldía. Hay miseria flotando en los márgenes del río. Además, dentro de su realismo naturalista, hay literatura que resalta detrás de una escritura diáfana, con la poesía iluminada “por los rayos fantasmales de una luna somnolienta”. En esta época, por lo menos literariamente hablando, el naturalismo dejó de ser una tendencia en nuestra literatura, pero no se pueden soslayar los indicios claramente identificables en la novela; para el historiador Manuel Vicuña, “El Río es la contracara sórdida de la novela de formación burguesa: una incursión por los bajos fondos y su picaresca de la mano de un aspirante a choro (…).El itinerario de ese viaje contempla los prostíbulos, el antro del reducidor, el reformatorio, las cárceles, las torturas en los sótanos de los tiras, las partusas, la sodomización de los débiles y el inframundo de las cloacas pobladas de niños abandonados, de ratas enormes y gatos salvajes”.
Todo esto configura a El río como una novela de un valor incuestionable y cuya nueva reedición es un verdadero acierto editorial. Además, un documento de época de una marginalidad aún tan presente en este que se cree el cuento del desarrollo.
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‘DESEABLE MUJER DE TU PRÓJIMO’ DE CLAUDIO ROJAS
Antes de empezar a leer un libro, conviene buscar algunas pistas que orienten la lectura. En esta novela encontramos la primera pista en el epígrafe, que es de uno de los grandes estudiosos de la mitología universal. Joseph Campbell. Dice: “El misterio de la mujer no es un misterio menor que el de la muerte”.
Esto sugiere que en la exacerbada sexualidad del protagonista, el profesor Floris Allagani, podría haber cierto grado de complejidad, que la llevaría un poco más allá del impulso primario de saciar un deseo instintivo. Tal vez lo que persigue este seductor es aproximarse al misterio de la mujer por la vía de la posesión de la mayor cantidad posible de mujeres. Dicen que ese es el deseo secreto de don Juan, que su agotadora acumulación de seducciones es un intento desesperado de conseguir el propósito imposible de comprender, de abarcar esa totalidad indescifrable que es la mujer.
Por la vida del protagonista pasan muchas mujeres “genéricas”. Sus señales de identidad sea laboral o filosófica no le importan para nada a Floris Allagani. En una notable operación de igualitarismo, este profesor las asimila a todas a la condición de amantes. Dice: “…la cama de mi pequeño departamento…presenció un desfile de mujeres escépticas, estoicas, kantianas, marxistas y estructuralistas que venían del alumnado y el profesorado de la facultad. Entre el personal administrativo, recogí secretarias, archiveras y una que otra telefonista. No niego que no deseché visitas de un par de empleadas de la cafetería. A ninguna le prometí una relación estable ni mucho menos matrimonio.”
La ética de este profesor parece restringirse a eso: a no engañar ni engañarse.
En otra parte de la novela dice: “… entre María Clara y yo no se verificó jamás ese período melifluo e imbécil del deslumbramiento inicial y perecedero, estafa a dos carriles que los cretinos confunden con el amor.”
Lo que llaman “enamoramiento” es, en efecto esa “estafa a dos carriles”, ese juego en que él ve en ella a la mujer que quiere ver y ella trata de corresponder a lo que él quiere ver en ella, y viceversa. Pero las ilusiones de ese juego se esfuman y tarde o temprano reaparecen el hombre y la mujer reales, que se detestan el uno al otro.
El profesor Floris Allagani no transa, no cede a la tentación de seducir a las mujeres reactualizando esos melodramas románticos que han pauteado la vida amorosa de la desdichada pareja humana, por lo menos desde el siglo XII, cuando se inventó esa ficción que llamamos amor.
Entre las escenas notables que tiene este libro, hay una que me parece excepcional. El protagonista liga en el metro con una mujer, que se llama Diana. Se bajan en la misma estación, se juntan en un café y todo parece avanzar hacia la consumación del lugar común que tranquilizaría la emocionalidad del lector: el vagabundo sexual termina por fin su camino errático y autodestructor y encuentra en el amor la redención y la plenitud para lo que le queda de vida. Por suerte eso no pasa. Este encuentro es la ruptura total de todos los modelos de citas románticas de la literatura, el melodrama o la canción popular.
La novela muestra el mundo visto por un hombre cínico, honesto, implacable y miserable, pero no más miserable que los otros personajes de su mundo. De hecho, fuera del padre, Hernán Floris, y del comisario Rivas, que busca aclarar un crimen perpetrado por la policía secreta de una dictadura, nadie se salva.
El relato tiene un quiebre interesante: comienza siendo una especie de novela picaresca, en la que el protagonista es un pícaro que recurre a engaños, por ejemplo, para librarse de su esposa. Pero en un momento este tono de comedia deja lugar a un tono trágico. El protagonista tiene la oportunidad de mostrar cierta grandeza moral, pero tampoco acepta el papel del mártir o del héroe. Finalmente, él mismo asesina y arregla todo para que la culpa del asesinato recaiga sobre otra persona.
El narrador escribe esta novela en los últimos días de su vida, está cerca de la muerte y entonces, a partir todo lo que ha vivido concluye en esta reflexión final: “La vida es un acto fallido: todo es fuga, el mañana es realmente inútil; el pasado es tierra de nadie, y las sombras que somos, una vez idas, es cierto que no regresan jamás.”
‘EL RÍO’ DE ALFREDO GÓMEZ MORALES
UN CLÁSICO DE LA MISERIA: CONMOVEDOR TESTIMONIO NOVELADO
A treinta años de la muerte de Alfredo Gómez Morel (1917-1984), esta nueva edición de El Río es su mejor manera de recordarlo ya que, desde su inicial publicación en 1962, ha sido objeto de múltiples miradas críticas en función tanto del mundo narrado y de quien vivió en cierta forma muchas de las experiencias relatadas. A manera de ejemplo, para Alberto Fuguet “El Río, en este sentido, es populismo literario al mejor nivel. Excesiva y ruidosa, coprolálica y espuria, hermana bastarda de Hijo de ladrón, la novela de Gómez Morel es quizás la más cruda expresión de aprendizaje moral jamás escrita en Chile”.
Novela publicada por primera vez a comienzos de los años sesenta. Son páginas nacidas en una celda, con un fuerte carácter autobiográfico. Toda una revelación. Lo anterior, a su vez, queda de manifiesto en la crónica “Por qué me convertí en delincuente”, añadida al final de la novela y publicada originalmente en la revista Paula en 1971, donde se cruzan ficción y realidad (intertextualidad entre la novela y la crónica). Así, se materializan, a través del relato, sentimientos encontrados, tanto desde la perspectiva del escritor como del lector. A su vez, son de esos textos que no dejan a nadie indiferente. El propio narrador señala: “Tengo cuarenta y seis años de edad. Me levanto de mi mesa de trabajo. Estoy cansado y desgarrado por dentro: cada vez que escribo, vuelvo a sentir lo vivido como una navaja rasgándome las carnes. Muestro mis recuerdos hasta quedar sangrando por dentro”.
Estos recuerdos se remontan a su infancia y adolescencia, principalmente, en donde quedan retratadas en forma muy vívida las dificultosas relaciones, sobre todo con su madre; las peripecias en el reformatorio; los duros momentos en la cárcel y, más que nada, la sobrevivencia en el “mundo del río”, con su inherente marginalidad que da lugar a una manifiesta dialéctica entre los habitantes de ese espacio, con sus leyes y códigos propios, y los de la ciudad. Pero, a pesar de los continuos tropiezos, para el protagonista ese mundo le “atraía como atrae todo lo prohibido y singular”, ya que “cuando divisé el río sentí una clara impresión de libertad”.
A pesar de su temática y de sus “pústulas y dolores” (en palabras de Pablo Neruda), es difícil sustraerse del encanto de esta narración. Hay transparencia y verdad en cada una de sus páginas. Hay dolores y continuos signos de rebeldía. Hay miseria flotando en los márgenes del río. Además, dentro de su realismo naturalista, hay literatura que resalta detrás de una escritura diáfana, con la poesía iluminada “por los rayos fantasmales de una luna somnolienta”. En esta época, por lo menos literariamente hablando, el naturalismo dejó de ser una tendencia en nuestra literatura, pero no se pueden soslayar los indicios claramente identificables en la novela; para el historiador Manuel Vicuña, “El Río es la contracara sórdida de la novela de formación burguesa: una incursión por los bajos fondos y su picaresca de la mano de un aspirante a choro (…).El itinerario de ese viaje contempla los prostíbulos, el antro del reducidor, el reformatorio, las cárceles, las torturas en los sótanos de los tiras, las partusas, la sodomización de los débiles y el inframundo de las cloacas pobladas de niños abandonados, de ratas enormes y gatos salvajes”.
Todo esto configura a El río como una novela de un valor incuestionable y cuya nueva reedición es un verdadero acierto editorial. Además, un documento de época de una marginalidad aún tan presente en este que se cree el cuento del desarrollo.
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‘DESEABLE MUJER DE TU PRÓJIMO’ DE CLAUDIO ROJAS
Antes de empezar a leer un libro, conviene buscar algunas pistas que orienten la lectura. En esta novela encontramos la primera pista en el epígrafe, que es de uno de los grandes estudiosos de la mitología universal. Joseph Campbell. Dice: “El misterio de la mujer no es un misterio menor que el de la muerte”.
Esto sugiere que en la exacerbada sexualidad del protagonista, el profesor Floris Allagani, podría haber cierto grado de complejidad, que la llevaría un poco más allá del impulso primario de saciar un deseo instintivo. Tal vez lo que persigue este seductor es aproximarse al misterio de la mujer por la vía de la posesión de la mayor cantidad posible de mujeres. Dicen que ese es el deseo secreto de don Juan, que su agotadora acumulación de seducciones es un intento desesperado de conseguir el propósito imposible de comprender, de abarcar esa totalidad indescifrable que es la mujer.
Por la vida del protagonista pasan muchas mujeres “genéricas”. Sus señales de identidad sea laboral o filosófica no le importan para nada a Floris Allagani. En una notable operación de igualitarismo, este profesor las asimila a todas a la condición de amantes. Dice: “…la cama de mi pequeño departamento…presenció un desfile de mujeres escépticas, estoicas, kantianas, marxistas y estructuralistas que venían del alumnado y el profesorado de la facultad. Entre el personal administrativo, recogí secretarias, archiveras y una que otra telefonista. No niego que no deseché visitas de un par de empleadas de la cafetería. A ninguna le prometí una relación estable ni mucho menos matrimonio.”
La ética de este profesor parece restringirse a eso: a no engañar ni engañarse.
En otra parte de la novela dice: “… entre María Clara y yo no se verificó jamás ese período melifluo e imbécil del deslumbramiento inicial y perecedero, estafa a dos carriles que los cretinos confunden con el amor.”
Lo que llaman “enamoramiento” es, en efecto esa “estafa a dos carriles”, ese juego en que él ve en ella a la mujer que quiere ver y ella trata de corresponder a lo que él quiere ver en ella, y viceversa. Pero las ilusiones de ese juego se esfuman y tarde o temprano reaparecen el hombre y la mujer reales, que se detestan el uno al otro.
El profesor Floris Allagani no transa, no cede a la tentación de seducir a las mujeres reactualizando esos melodramas románticos que han pauteado la vida amorosa de la desdichada pareja humana, por lo menos desde el siglo XII, cuando se inventó esa ficción que llamamos amor.
Entre las escenas notables que tiene este libro, hay una que me parece excepcional. El protagonista liga en el metro con una mujer, que se llama Diana. Se bajan en la misma estación, se juntan en un café y todo parece avanzar hacia la consumación del lugar común que tranquilizaría la emocionalidad del lector: el vagabundo sexual termina por fin su camino errático y autodestructor y encuentra en el amor la redención y la plenitud para lo que le queda de vida. Por suerte eso no pasa. Este encuentro es la ruptura total de todos los modelos de citas románticas de la literatura, el melodrama o la canción popular.
La novela muestra el mundo visto por un hombre cínico, honesto, implacable y miserable, pero no más miserable que los otros personajes de su mundo. De hecho, fuera del padre, Hernán Floris, y del comisario Rivas, que busca aclarar un crimen perpetrado por la policía secreta de una dictadura, nadie se salva.
El relato tiene un quiebre interesante: comienza siendo una especie de novela picaresca, en la que el protagonista es un pícaro que recurre a engaños, por ejemplo, para librarse de su esposa. Pero en un momento este tono de comedia deja lugar a un tono trágico. El protagonista tiene la oportunidad de mostrar cierta grandeza moral, pero tampoco acepta el papel del mártir o del héroe. Finalmente, él mismo asesina y arregla todo para que la culpa del asesinato recaiga sobre otra persona.
El narrador escribe esta novela en los últimos días de su vida, está cerca de la muerte y entonces, a partir todo lo que ha vivido concluye en esta reflexión final: “La vida es un acto fallido: todo es fuga, el mañana es realmente inútil; el pasado es tierra de nadie, y las sombras que somos, una vez idas, es cierto que no regresan jamás.”
‘EL RÍO’ DE ALFREDO GÓMEZ MORALES
UN CLÁSICO DE LA MISERIA: CONMOVEDOR TESTIMONIO NOVELADO
A treinta años de la muerte de Alfredo Gómez Morel (1917-1984), esta nueva edición de El Río es su mejor manera de recordarlo ya que, desde su inicial publicación en 1962, ha sido objeto de múltiples miradas críticas en función tanto del mundo narrado y de quien vivió en cierta forma muchas de las experiencias relatadas. A manera de ejemplo, para Alberto Fuguet “El Río, en este sentido, es populismo literario al mejor nivel. Excesiva y ruidosa, coprolálica y espuria, hermana bastarda de Hijo de ladrón, la novela de Gómez Morel es quizás la más cruda expresión de aprendizaje moral jamás escrita en Chile”.
Novela publicada por primera vez a comienzos de los años sesenta. Son páginas nacidas en una celda, con un fuerte carácter autobiográfico. Toda una revelación. Lo anterior, a su vez, queda de manifiesto en la crónica “Por qué me convertí en delincuente”, añadida al final de la novela y publicada originalmente en la revista Paula en 1971, donde se cruzan ficción y realidad (intertextualidad entre la novela y la crónica). Así, se materializan, a través del relato, sentimientos encontrados, tanto desde la perspectiva del escritor como del lector. A su vez, son de esos textos que no dejan a nadie indiferente. El propio narrador señala: “Tengo cuarenta y seis años de edad. Me levanto de mi mesa de trabajo. Estoy cansado y desgarrado por dentro: cada vez que escribo, vuelvo a sentir lo vivido como una navaja rasgándome las carnes. Muestro mis recuerdos hasta quedar sangrando por dentro”.
Estos recuerdos se remontan a su infancia y adolescencia, principalmente, en donde quedan retratadas en forma muy vívida las dificultosas relaciones, sobre todo con su madre; las peripecias en el reformatorio; los duros momentos en la cárcel y, más que nada, la sobrevivencia en el “mundo del río”, con su inherente marginalidad que da lugar a una manifiesta dialéctica entre los habitantes de ese espacio, con sus leyes y códigos propios, y los de la ciudad. Pero, a pesar de los continuos tropiezos, para el protagonista ese mundo le “atraía como atrae todo lo prohibido y singular”, ya que “cuando divisé el río sentí una clara impresión de libertad”.
A pesar de su temática y de sus “pústulas y dolores” (en palabras de Pablo Neruda), es difícil sustraerse del encanto de esta narración. Hay transparencia y verdad en cada una de sus páginas. Hay dolores y continuos signos de rebeldía. Hay miseria flotando en los márgenes del río. Además, dentro de su realismo naturalista, hay literatura que resalta detrás de una escritura diáfana, con la poesía iluminada “por los rayos fantasmales de una luna somnolienta”. En esta época, por lo menos literariamente hablando, el naturalismo dejó de ser una tendencia en nuestra literatura, pero no se pueden soslayar los indicios claramente identificables en la novela; para el historiador Manuel Vicuña, “El Río es la contracara sórdida de la novela de formación burguesa: una incursión por los bajos fondos y su picaresca de la mano de un aspirante a choro (…).El itinerario de ese viaje contempla los prostíbulos, el antro del reducidor, el reformatorio, las cárceles, las torturas en los sótanos de los tiras, las partusas, la sodomización de los débiles y el inframundo de las cloacas pobladas de niños abandonados, de ratas enormes y gatos salvajes”.
Todo esto configura a El río como una novela de un valor incuestionable y cuya nueva reedición es un verdadero acierto editorial. Además, un documento de época de una marginalidad aún tan presente en este que se cree el cuento del desarrollo.